miércoles, 30 de octubre de 2013

¿Por qué va Diego Costa con España?

Con Arda y Koke por banda, Diego Costa a toda vela, marca el gol o lo genera, un brasileño en Madrid. Y así, a la sombra de Falcao y con el odio de quienes están en la acera de enfrente, se fue ganando el corazón de su afición como más gusta. Ganas, compromiso y coraje. El esfuerzo no se negocia es la máxima de Simeone y Diego Costa es su profeta, su mayor y mejor exponente. 

Nacido en la pequeña localidad brasileña de Lagarto y tras ser incompatible con los estudios, rápido comenzó a trabajar en unos grandes almacenes para comprarse una moto. Su diversión, entre horas de esfuerzo, no se alejaba de colocar dos chaquetas tiradas en el suelo a modo de portería y ponerse a corretear detrás de un balón todo roto y descosido junto a los otros niños del lugar. 

Sin disciplina, Costa aprendió a jugar en las calles. Muchos otros niños son observados y cogidos rápido por grandes clubes, pero ese no fue su caso. "Crecí pensando que soltar codazos era lo normal, todos lo hacían y parecía ser parte del juego. Yo no tuve disciplina de una escuela de fútbol". Y su oportunidad llegó a los 16 años, cruzando el gran charco, concretamente al Sporting de Braga portugués. Oportunidad que aprovechó para fichar, con sólo 18 años, por el Atlético de Madrid.

Fue el año en el que llegaron Forlán, Simao, Luis García, Reyes o Motta entre otros, quedando su nombre en un segundo plano. Además, fue la temporada de consagración del Kun. Recuerdo que venía para quedarse como tercer delantero, o eso se pensaba, pero se acabó marchando como cedido. Me llamaba la atención el hecho de fichar a un brasileño tan joven. Y recuerdo que tras verle en pretemporada me gustó muchísimo, tanto que fue una decepción su marcha como cedido a Vigo. Incluso llegué a comentar con gente de mi entorno que Diego Costa sería "El delantero titular de Brasil en el Mundial 2014".

Lo cierto es que, a medida que pasaban los meses, sabía que nunca iba a jugar con Brasil -y no por lo que ha terminado sucediendo- sino por sus cualidades. Intermitente y siempre el rey de la reyerta. Los tiempos cambiaron y en Valladolid acabó siendo un jugador mucho más aprovechable. 

Curioso es que lo mejor que le ha pasado en su vida vino de una grave lesión, cuando se rompió los ligamentos en el verano de 2011. Su salida estaba acordada con el Besiktas y su paso por quirófano frenó el traspaso. "Doy gracias a Dios, porque eso me cambió la vida". Tras medio año cedido en el Rayo Vallecano llegó su explosión. 10 goles en la segunda vuelta, tras una lesión que suele dejar a los jugadores muy tocados para el resto de su vida, sobre todo al principio de volver a jugar.

Media España se lo rifaba. En el Atlético no tenía hueco por el lío de los extracomunitarios y él, harto de cesiones -4 en 5 años- pidió al club que le dejaran marchar como vendido si no iban a contar con él. El Barça puso 3 millones encima de la mesa para hacerse con sus servicios y llevarle al filial."Diego sabía que no contaba, pero lo veíamos -el Mono Burgos y yo- trabajar y decíamos que cómo lo íbamos a dejar fuera del plantel", decía Simeone en una entrevista. Al final, el club encontró una salida a Salvio y el resto de la historia ya se conoce por todos.

El rey de la pelea, juega mejor cuando se le cruza el cable. Mal asunto es que se le pelen los dos, como le ha pasado en más de una ocasión pero que ya está corrigiendo, al menos bajo el mando de Simeone. Entra en el campo como lo hace un elefante en una cacharrería y le es indiferente marcar o asistir. Cae a banda con mucha facilidad y es un imán para el balón aéreo. El máximo goleador del mundo en la presente temporada, pero en Brasil, Scolari pasaba literalmente de él. No le consideraba válido. Hasta el punto que Fred, Jo Alves, Leandro Damiao y un Pato fuera de forma contaban más que 'El Lagarto' -por mucho que ahora muchos quieran rebautizarle como 'La Pantera'-. Y llegó la doble nacionalidad y se formó el lío.

Scolari, que sólo le convocó para jugar un par de bolos veraniegos sin más objetivo que el económico, se vio con el culo al aire cuando a Costa le dijeron que podía ir con España. España, ese país que le había acogido como no lo hizo Brasil. Esa nación que le enseñó la disciplina necesaria que no había hecho la suya de origen. Ese país que lleva 3 grandes torneos seguidos y que, aunque no históricamente, sí es el mejor equipo nacional de la actualidad.

Scolari, ese hipócrita que ni come ni deja comer, que sería capaz de convocar al jugador para un partido oficial -como hizo, aunque Diego tenía otros planes- para luego no llevarle al Mundial con tal de que no jugara con España. Ese seleccionador que ha proclamado a los cuatro vientos que Diego no merece ser brasileño, que ha propuesto que le retiren la nacionalidad y que le ha echado a los leones como carnaza con palabras más malsonantes que coherentes para salvar su propio error. Ese entrenador que ha dicho que Brasil es lo primero, pero que no pensó en ello cuando él mismo ideó un plan perfecto para nacionalizar como portugueses a Pepe y Deco -brasileños- cuando él era su entrenador. Entonces Brasil no lo era todo, ¿no?. 

Diego Costa ha dado la espalda a un seleccionador, no a un país, devolviéndosela con la misma moneda. Porque a Diego le gusta el morbo y no hay nada que le gustaría más que marcar un gol con la camiseta de España en Maracaná. Porque es "un trozo de pan" que sólo aceptó jugar con España si todos y cada uno de los integrantes de la plantilla le querían dentro. Porque no reniega de donde vino y ayuda solidariamente a su pueblo en estos tiempos de crisis. Y porque, nos guste o no, que para gustos están los colores, las reglas son las reglas, y estos 5 años resididos en España le dan acceso a ser uno más para Vicente del Bosque. "Elegí España porque aquí me siento valorado". Diego Costa ha elegido a España. ¿Por qué? Porque puede. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Henrik Larsson, el 9 perfecto

-Papá, quiero que me compres esa camiseta, porfa porfa porfa.
-¿Esa? ¡Ni loco, vamos!

Se me cayó el mundo al suelo. Corría el año 2001 y con mis 10 primaveras en una tarde-noche veraniega, sin saber cómo, empezó mi pasión por coleccionar camisetas de fútbol de distintos equipos y países. No habíamos hecho más que entrar en la típica tienda playera con souvenirs en la que vendían réplicas de los equipos más laureados y mis ojos sólo se centraron en una. Aquella rayada que alternaba horizontalmente el verde y el blanco, con el 7 de Larsson a la espalda, me dejó encandilado. Pero mi padre había sido rotundo. Seguí mirando varias. Me gustaba mucho la de Vieri, que había prendado a todos los hinchas del Atleti años antes. Sin embargo, al fondo del todo, en la última percha, la neroazzurra de Crespo sacó en mí una pequeña sonrisa. Con el "9" serigrafiado, Hernán Crespo, del Inter de Milán, me hizo comenzar una colección que hoy suma unas cuantas decenas de réplicas.

A Crespo le conocía, recuerdo que me gustaba mucho. Hoy me sigue pareciendo uno de los mejores rematadores de la época contemporánea. Vieri tenía su punto romántico. Pichichi con el Atleti, jugador de unas dimensiones enormes y del Inter, que por aquellos entonces me tiraba bastante, sólo por detrás de la Fiorentina que acababa de abandonar Batistuta. Pero de Larsson no sabía nada. Sólo recuerdo a los veraneantes británicos fácilmente reconocibles, en la playa, que iban caminando por el paseo marítimo con esa camiseta. Había varios nombres para elegir si eras del Real Madrid, Barcelona, Milán, Manchester o Liverpool. Pero si alguien se ponía ante tus ojos con una camiseta del Celtic, en el reverso estaba Larsson.

Descubrí que era una especie de Dios en Escocia para unos, mientras que era muy odiado por otros que iban vestidos de azul. Entendí que Celtic y Rangers tenían una relación especial en el mundo del fútbol. Se odiaban, pero a la vez no podrían vivir el uno sin el otro. Empecé a investigar sobre él. Larsson me gustaba, lo reconozco. Sólo su físico tenía algo que me encandilaba. De esos que entran por los ojos. Y sin siquiera saber cómo, me topé con una información que decía que había marcado 53 goles en 50 partidos en esa última temporada. Alucinaba. Quería su camiseta, de verdad. ¿Qué le habría hecho a mi padre?

A ritmo de Complicated de Avril Lavigne -canción del FIFA 2003, la única edición en la qu eno disfruté del PES-, recuerdo que siempre tenía un hueco para Larsson en mi Atleti formando un tridente temible junto a Torres y Correa. Me dolía por Movilla, porque Larsson le quitaba el 7 y a él le ponían el 16. Y recuerdo cómo se tiraba de rodillas cuando marcaba un gol en el videojuego. Acababa las temporadas con un porrón de goles. Nunca quise ver con más ansia a un jugador en el Atleti.

Y verano tras verano, esperaba con muchas ganas la entrada a una de esas tiendas repletas de camisetas en la que siempre estaba la de Henrik Larsson, ya fuera la primera a la vista, ya fuera escondida, o hecha un burruño tras una montaña. Aquello era para mí lo que para los niños normales era entrar en la tienda de chuches. Pero papá nunca cedía. Yo no lo entendía. Totti, Nesta, River... ninguna me convencía. Lo intenté por última vez.

"Papá...Quiero la de Larsson", le clamé, pese a conocer ya la respuesta. "¡Que te he dicho que no!", contestó ya algo harto. Fue entonces cuando me lo explicó. En 1974, el Atleti y el Celtic se habían jugado algo más que un puesto en la Final de la Copa de Europa en dos partidos de semifinal que quedarán para la historia. Ayala, Reina, Gárate y compañía repartieron en el césped, durante los 180 minutos. Lo peor fue la batalla que se formó en Escocia, con hooligans y policía arremetiendo contra jugadores y seguidores del Atleti, en clara minoría y desprotegidos. Sinceramente, no lo entendí. Había pasado mucho tiempo y yo no lo había vivido. Y además, ni Larsson ni yo teníamos la culpa de aquello. ¿Qué demonios importaba un partido de hacía 30 años?

Hoy lo comprendo. Y me apena que el sueco se hiciera uno de los mejores delanteros del mundo en el segundo peor rival de mi equipo. Con todo, le seguí de cerca. Y cuanto más le veía, más me gustaba, más me dolía. Más sabía que nunca le iba a ver de rojiblanco.

Sus goles en plancha, sus cabalgadas infinitas, su oportunismo para hacerse con los rechazos, su olfato goleador. Pero sobre todo, su trabajo. Su carácter. Eso fue lo que le llevó, con 33 años, a ser fichado por el FC Barcelona. Eso fue lo que le llevó a reponerse a un año en blanco tras una rotura de ligamentos y con 34, hacerse con más minutos de los que nadie hubiera siquiera imaginado en un conjunto en el que Giuly, Eto'o y Ronaldinho brillaban con luz propia y donde Iniesta y Messi estaban dando sus primeros pasitos. Eso fue lo que le llevó a olvidarse de su edad y anotar 15 goles en 42 partidos -repito, con 34 años y saliendo muchos ratitos de reserva- y ser crucial en aquella histórica final de Champions League que cambió el rumbo de la historia del que es hoy el mejor equipo del mundo. Porque salir unos minutos y dar dos asistencias de gol está a la altura de muy pocos. 

Se hizo como delantero en Holanda. Ese país que no deja de sacar artilleros y más artilleros del gol. Triunfó en Escocia. Dejó anonadados a todos en Barcelona, y volvió a Suecia para retirarse. Hasta que le llamó Sir Alex Ferguson. Y claro, a uno de los mejores entrenadores de la historia no se le puede decir que no. Cuestión de cortesía. Con 35 años hizo las maletas y se fue para ayudar 10 semanas a los Red Devils a ganar la Premier League. 

Y es que aquel 2001, pese a elegir a Crespo, Larsson acabó como Bota de Oro seguido por el argentino. Un dato que desconocía y que realmente descubrí hace poco, que me hizo recordar mi infancia y que me ha hecho escribir este artículo. Bota de Oro, Medalla al honor como Caballero del Imperio Británico, 11 ideal de la Eurocopa 2004 y un sinfín de premios después de 20 años, Larsson colgó las botas y cogió la libreta de entrenador. Si es la mitad de bueno de lo que lo fue dentro del terreno, acabará haciendo carrera.

Recuerdo que un día, por sólo unos segundos, se me pasó por la cabeza que quería la camiseta de Juninho, aquel menudo brasileño que había jugado en el Atlético de Madrid y que por aquellos entonces vestía del verde y blanco del Celtic, recogiendo además el número 7 de Larsson. Menos mal que no llegué a comentarlo.


lunes, 7 de octubre de 2013

Un mago de oro olvidado en una Tacita de Plata

"Diego, tío, quiero que me consigas la camiseta de Mágico González, el que jugó en el Cádiz hace años." Eso es lo que me ha dicho ya más de un par de veces mi amigo Jesús. Un tipo que no colecciona réplicas como yo y que las tiene contadas. De hecho, no le recuerdo más que una de Riquelme y otra de Del Piero. Mal gusto no tiene. Y es que, cuando empezamos a hablar de fútbol, a ver jugadas de Messi, tacones de Cristiano, jugadas maradonianas de Ben Arfa o la magia que hacen Ricardinho y Falcao en una cancha de fútbol sala, Jesús siempre saca a Mágico. 

Nunca el nombre de un país definió mejor al hombre que llegó de él. Jorge Alberto González nació en el Salvador a finales de los años 50, en un país que hoy no está nada desarrollado y que en esa época lo estaba aún menos. Y más que Salvador, era un auténtico Dios como le veían en su región. Ídolo, santo y seña del combinado nacional, se dio a conocer al mundo entero jugando para la clasificación del Mundial 82 que se celebró en España.

"El Mago es diferente en todo. Desde que le ves entrar por la puerta hasta que le ves vestirse. Pero sobre todo cuando coge la pelota. Lo del Mago y la pelota es algo que yo no he vuelto a ver", señaló Onésimo, compañero de delantera del centroamericano en el Cádiz y uno de los mejores extremos de la historia española. 

"Tenía cosas que no tenían otros. Yo no he visto a nadie hacer lo que le he visto a hacer a él. Pero había que estar pinchándole constantemente, encima de él", se refería Juan Carlos Pedraza al delantero de la ciudad andaluza. 

Y es que Cádiz fue para él algo más que una casa. La Tacita de Plata fue su vida y el Carranza su garaje, donde hacía y deshacía sus obras cual manufacturero empedernido. ¿Su obra favorita? el balón. Aunque quizás la siesta y las mujeres estaban por delante en sus prioridades.

"Yo no soy un santo, me gusta divertirme porque es importante para desenvolverte bien y mantener tus responsabilidades en condiciones", dijo de sí mismo en una entrevista al ser preguntado si esa fama que se había ganado tenía fundamentos.

"¿Qué prefiere usted, ser Mago o ser Mágico?", le preguntaron cuando ya estaba consolidado en España. "Prefiero ser Jorge", contestó. Humilde, no necesitaba más. Se conformaba con lo poco que tenía. ¿Para qué jugar en otro club si en Cádiz ya estaba contento y le valía? Ambición cero. Y es que Mago era como le llamaban en su país de origen. Mágico como se le renombró en España por una serie de circunstancias léxicas que le explicaron un día pero que él nunca llegó a entender. Probablemente ni siquiera lo intentó.

Para entender su historia hay que contar uno de sus primeros episodios con mayor celebridad. Todavía jugando en continente americano, el París Saint Germain se fijó en el jugador salvadoreño para hacerse con sus servicios y continuar con un proyecto vencedor que acababa de hacerse con la Copa de la Liga y que en los siguientes años levantaría dos trofeos más, además de una liga derrotando al todo poderoso Saint Etienne de aquella época. Tras cerca de cuatro horas esperando en una cafetería céntrica de la ciudad de San Salvador, los directivos del club galo decidieron marcharse sin ver al jugador. Mágico, perezoso por naturaleza y siestero empedernido, no acudió a la cita alegando que jugar en ese club era "demasiado compromiso". "Creo recordar que estaba durmiendo la siesta", recordó un familiar cuando se le preguntó por la fecha.

En Cádiz no todos conocen esta historia. Pero la ciudad en su totalidad si se alegra hoy en día de la decisión del que fue nombrado mejor jugador de la historia del club amarillo. Decidió fichar por un equipo de segunda división -al que le bastó un año para subirlo a la máxima categoría- y estuvo allí la mayor parte de su carrera, aunque dividida en dos etapas. Allí coincidió, entre muchos otros, con Onésimo, célebre por sus regates eléctricos partiendo de los costados. "Hacía cosas que yo no podía siquiera imaginar. Nos quedábamos los dos después del entrenamiento a hacer cositas y un día me apostó a que metía 10 de 10 goles de córner directo por la escuadra. ¡10 de 10! Y lo hizo, vaya si lo hizo", recordaba, aún anonadado pese al paso de los años, el habilidoso extremo pucelano.  

Maradona (I) y Mágico González (D)
Íntimo amigo de Maradona, el argentino no dejó nunca su empeño por jugar a su lado. En el verano del 84, Mágico estuvo de gira con el FC Barcelona por petición expresa del Pelusa. Pero hubo un hecho que truncó su fichaje. Una noche, en el lujoso hotel californiano en el que se alojaba el club catalán, la alarma de incendios saltó a todo volumen causando el pánico y el caos entre la expedición azulgrana. Todos abandonaron sus habitaciones y como un resorte salieron a la parte exterior del hotel. Todos, menos Mágico. Cuando la situación se calmó, los técnicos encontraron al salvadoreño dormido profundamente en su habitación con la compañía de una señorita. "¿No había ningún incendio no? Siempre he sido muy vago y esa noche no me apetecía levantarme", contestó años después. Enfadó a Maradona como ninguna patada de ningún defensa lo hizo en su carrera por su actitud de poder serlo todo y de no querer ser más. "El Mago es mejor que yo. Yo vengo del planeta Tierra, pero él es de otra galaxia", se refirió al salvadoreño más de una vez el nombrado mejor jugador de todos los tiempos, Diego Armando Maradona.

Su fichaje nunca llegó y las cosas se enfriaron en Cádiz, donde la fama se apoderó del jugador y los técnicos decidieron no contar con él cediéndole al Valladolid. Una vez llegado allí, su carrera cayó en picado. "Empecé a perder las fuerzas y a hacer cosas que un profesional no debe hacer" se confesaba.

Pero volvió a Cádiz un año después con más fuerza que nunca. Volvió para marcar un gol antológico al Racing de Santander. un gol en el que Pedro Alba, portero del equipo cántabro, se hizo famoso por quedarse aplaudiendo la obra de arte que Mágico acababa de hacer hasta que sus compañeros sacaron de centro. Un genio que, cuando el Atalanta italiano le hizo una prueba para ficharle, decidió jugar realmente mal a propósito con el único objetivo de quedarse en Cádiz, donde estaba más que asentado, feliz y a gusto.


"Si a Mago le coge alguien con 11 años como el Barça cogió a Messi, habría sido uno de los 3 más grandes de la historia sin ninguna duda", justificaba un Onésimo más que convencido.

Como bien señala Rubén Uría en su magnífica obra Hombres que pudieron reinar, "alternaba actuaciones espectaculares con resacas interminables. Jugaba de noche, y también de día. Igual regalaba un gol de córner directo que se pasaba dos días en paradero desconocido".

La última anécdota corre a cargo de David Vidal, entrenador en el equipo andaluz durante años. Jorge había llegado tarde a los entrenamientos -una vez más- y el entrenador le había castigado. Se quedó sólo, sentado en una esquina del vestuario mientras el técnico daba la pertinente charla táctica. Pero nadie atendía al míster y el propio Vidal tuvo que interrumpir su discurso al quedarse fascinado con lo que estaba viendo. "Le miraba y no me lo podía creer. Estaba haciendo toques con un paquete de tabaco Marlboro. Pudo hacer 20 ó 30, quizás más, antes de darse cuenta de que le estábamos observando anonadados. Era normal verle hacerlo con una naranja. Una naranja es redonda, ¡pero un paquete de tabaco es rectangular!, era asombroso. La sensibilidad que Dios nos ha dado a los humanos en las manos, a Jorge se la dio en los pies", recordaba un aún incrédulo David Vidal, que hizo un alto en su enfado con el delantero ante tal acto.

No sé si alguna vez Jesús conseguirá esta camiseta. A veces, cuanto más buscas una cosa, más difícil es encontrarla. Otras veces, sucede todo lo contrario. Mágico consiguió ser una estrella sin querer ser una estrella. "Nadie se imagina lo que me costaba ir a los entrenamientos. Vengo de un país subdesarrollado, con otra cultura distinta, y por mi forma de ser no era capaz de concienciarme de ir a entrenar a diario. Sufría mucho. Lo hacía por mis compañeros, por respeto a ellos, aunque a veces me retrasaba uno o dos minutos. Jugaba para divertirme y si hubiera sido más profesional no lo habría hecho, señalaba el jugador que había encandilado a Cádiz pero que no se había enamorado siquiera de sí mismo. "Respeté al fútbol, pero no me respeté a mí".

jueves, 3 de octubre de 2013

Andy van der Meyde, la botella antes que el balón

Cada semana que pasa en Inglaterra es una odisea cuando aparece en los medios la figura de Paul Gascoigne o bien tirado en una cuneta, o bien detenido por tener duras y toscas peleas con civiles o agentes de la ley a causa de sus excesos con el alcohol y otras drogas más duras. Con sólo 46 años, los problemas de Gazza -que iluminó el fútbol británico durante años- se han convertido en orden del día a nivel nacional. Hasta el punto que se ha dado la orden en todos los bares del país de no servir alcohol a uno de sus mayores 'local heros' de todos los tiempos. 

Muchas son las promesas que acaban con sus brazos levantando copas, y no precisamente referidas a títulos. ¿Quién no se acuerda de Adriano, aquel emperador del Inter que conquistó 2 años los mejores campos del mundo para acabar haciéndose dueño y señor de las barras de los bares? El problema surge, además, cuando ese mal mundo no se queda sólo en una simple borrachera.

Andy van der Meyde, uno de los niños bonitos del fútbol holandés, escribió su propia historia rodeado de alcohol, cocaína y excesos que le costaron el no haber disfrutado de una brillante carrera como sus inicios hacían prever. Salido de la siempre exitosa cantera del Ajax, debutó con el equipo de la capital a los 18 años de edad. Una bala en la banda derecha, un recurso en la izquierda. Se decía de él que iba a mejorar al mítico Rep, estrella de la Máquina Naranja durante años. Era vertical, determinado y decidido. Imparable con el balón en los pies. Estaba condenado a liderar una generación ajaccied -tras la que había ganado todo en 1995- junto a jugadores jóvenes como Pienaar, Chivu, Maxwell, Ibrahimovic, Sneijder o van der Vaart.


Jóvenes con dinero, afamados y siendo los mejores en lo suyo. Acababan de conseguir ganar la liga y la copa en 2002 y tenían el mundo a sus pies. O al menos, eso creía. El holandés, sabedor de su gran oportunidad perdida y que hay trenes que pasan sólo una vez en la vida, no dudó en escribir una autobiografía para sincerarse una vez retirado. 

"Competíamos en carreras de coches por la noche por el anillo de la A10 de Ámsterdam. Zlatan tenía un Mercedes SL y Mido a veces corría con un Ferrari y otras con un BMW Z8”, señala en una parte del libro Andy, que además no ocultó que empezó a fumar en un mundo que le descubrió el checo Tomás Gálasek, santo y seña del club y que posteriormente fue capitán. Tras haber debutado y coger experiencia con el primer equipo, su paso trampolín por el Twente como cedido le devolvió a Ámsterdam con más confianza aún.

Se sentía Dios, el hombre más importante sobre La Tierra y con la capacidad y posibilidad de hacer lo que quisiera cuando quisiera. "Tenía dinero y podía comprar todo lo que me viniera en gana y estar con las mujeres que me propusiera. Hacía lo que me apetecía en cualquier momento, desde el día que debuté. Ahora pienso cómo podía hacer eso y echar a perder de esa forma mi carrera..."

Pero en el campo, rendía. Tanto que el Inter de Milán se fijó en él y pagó la nada desdeñable cifra de 12 millones -ahora no nos acordamos de lo que suponía ese precio hace 10 años- por su traspaso. Sólo fueron dos años. Tiempo más que suficiente para que Zaccheroni primero y Mancini después no le dieran bola en el terreno. Él ya disfrutaba bastante fuera de él. Y llegó una oferta de Liverpool, del Everton concretamente para que Andy llegara al club toffee.

"Me ofrecían el doble de lo que me pagaban en el Inter, y ni me lo pensé. Lo primero que hice nada más llegar a Liverpool fue comprarme un Ferrari y emborracharme en uno de los sitios más famosos de la ciudad". 

Antes, en Milán, se escondía detrás de la botella en su infinita mansión en las afueras de la ciudad para ocultar los problemas deportivos. Pero cada vez eran más frecuentes las disputas con su novia, así que se buscó otro lado en el que vivir-beber. "Salía los sábados y los domingos. Pero también los lunes, los martes, los miércoles... Bebía a todas horas. Era una forma de no pensar en nada. Luego llegaba a casa y no me sentía cómodo. Tenía un zoo allí. Había loros, caballos, perros, tortugas. Una vez llegué y encontré que mi novia había comprado un camello."

Por aquellos entonces, Marco van Basten, ídolo en la ciudad italiana, fue nombrado seleccionador holandés en lo que supuso el principio del fin de su carrera internacional. Conocedor del entorno en el que se movía Andy, van Basten le condenó al ostracismo de la oranje.

Toda vez que llegó a Liverpool se desató más, si es que eso era aún posible. La cocaína se convirtió en parte fundamental de su vida. David Moyes, el hoy técnico del Manchester United, llevaba ya 3 años en Goodison Park y pensó que podría recuperar a van der Meyde para la causa. Pero el intento fue fallido. "Íbamos de fiesta en fiesta. A veces iba a casa a por ropa y le decía a mi novia que nos íbamos de concentración a un hotel, cuando en realidad lo que pasaba era que la fiesta continuaba. Bebía sin parar y consumir cocaína estaba a la orden del día. No podía controlarlo. Luego, para dormir, necesitaba muchas pastillas o no era capaz de hacerlo. Había cosas un poco más fuertes que sólo se podían conseguir con recetas médicas y entonces lo que hacía era robárselas al médico del club".

Se pasó toda la primera temporada de las tres que estuvo en Liverpool lesionado con problemas musculares. Los rumores acerca de sus excesos empezaron a ver la luz y a mitad de 2006 fue ingresado en el hospital de urgencia por problemas respiratorios y se dejó entrever que había sido a causa de mezclar distintas sustancias entre las que estaban el alcohol y la cocaína. Moyes le apartó del equipo, le relegó una campaña entera al equipo reserva cuando su paciencia se terminó después de que el extremo faltase dos veces al entrenamiento, multa incluida. 

En su último año en Inglaterra pudo reconducir su vida. Abandonó los malos hábitos, pero ya era demasiado tarde. No llegó a disputar ni 30 minutos en la última temporada. Tenía 29 años y ya no le quedaba nada de lo que disfrutar junto a un balón. Se fue de Goodison Park, consiguió una prueba en el PSV pero no llegó siquiera a debutar para acabar dejando el fútbol por la puerta de atrás, retirándose con sólo 30 años y quedando toda su calidad relegada a un equipo amateur de barrio.

"Tenía mucho talento, era rápido y con mucha calidad y le daba igual la banda, podía cambiar el signo de cualquier partido donde jugara, lo tenía todo y se quedó sin nada. Una auténtica pena. No llegó a lo que podía y todos creíamos, pero es que verle en los entrenamientos era increíble.", señaló Reiziguer, compañero de selección. 

Sería posible resumir su carrera en una frase que él mismo publicó en su libro: "Fui una vez a Manchester de fiesta. Me bebí una botella de ron entera yo sólo y llegué justo a la hora del entrenamiento sin tiempo para descansar. Hice los mejores tiempos, pero todo el mundo sabía de mi estado. No podía esconder que iba borracho". Lo tenía todo y se quedó sin nada. Andy van der Meyde, un futbolista que dejó toda su calidad encerrada en una botella.