jueves, 12 de diciembre de 2013

Don Raúl García, tenga compasión y perdónenos

Debutó con 18 años -nada más y nada menos que en el Camp Nou- hace ya casi 10 temporadas, ante un Barcelona que Rijkaard comandaba y que aplastaba rivales al ritmo al que bailaba Ronaldinho. Con 19 ya estaba asentado en el primer equipo de Osasuna, siendo un jugador fundamental en los esquemas de Javier Aguirre, el entrenador que le hizo debutar y que le fichó para el Atlético de Madrid años después.

Y es que el conjunto rojiblanco, que acababa de perder a Torres, buscó recuperar la ilusión de sus fieles seguidores a base de talonario. Forlán primero, Simao después y Raúl García entre medias fueron los fichajes más caros de aquel verano para un equipo histórico que llevaba más de una década histérico. En una maniobra maestra, Raúl recaló en la ribera del Manzanares a última hora, cuando parecía que lo tenía hecho con el Valencia tras rechazar a varios conjuntos de Inglaterra. 12 millones eran muchos y había que amortizarlos.

Recuerdo que su primera temporada fue soberbia. Era año de Eurocopa -aquella que terminamos ganando con un gol del mejor Torres ante una Alemania que acabó sucumbiendo ante el poderío de los de Luis Aragonés- y Raúl, aún con 21 años, era un baluarte en la Sub 21. Fue el verdadero pulmón del equipo colchonero durante toda la temporada, y no fue fácil. Reinó en un sistema irreal de 4-4-2 que siempre acababa siendo un 4-2-4 con Simao y Maxi apoyando al Kun y Forlán acompañado del mejor Maniche que se ha visto en el Calderón. El balón no circulaba por el medio. Nadie daba un pase bien dado y se vivían partidos de auténtico vértigo en los que se llegaban a ver 5,6 y 7 goles en sólo 90 minutos. Pero Raúl era el rey del alboroto. A mitad de temporada todo se truncó, o eso parecía. Maniche se rebeló contra Aguirre y acabó cedido en el Inter y el navarro se quedó sin pareja de baile en la medular. Cléber no daba la talla y Maxi era un parche que aportaba lo poco que podía. Fue entonces cuando apareció, más grande que nunca, Raúl García. Se multiplicó en el medio para sostener, él sólo, a un Atlético que terminó entrando en Champions muchos años después. Cabe destacar, claro está, la irrupción de un pequeño prodigio de 17 años a su lado que se doctoró ante el mejor Barça llamado Nacho Camacho que prometía más de lo que ha terminado siendo.

Y como ahora vienen las críticas, que no son pocas, justo es decir que en la afición colchonera quedó un sabor amargo cuando el navarro no fue incluido en la lista de Aragonés para ir a la Eurocopa. Una temporada después, el fichaje de Assunçao y la vuelta de un indultado Maniche le llevaron al banquillo en más de un partido. Raúl, habiendo perdido el sitio, no acabó de dar con la tecla en el centro del campo. El Atleti, con un juego más pausado, no encontró en el navarro ese jugador de gran pase y distribución que se le suponía y, aunque jugó mucho, acabó en el ostracismo, cambiando esos estruendosos aplausos que había levantado por leves pero dolorosos pitidos por su mal hacer.

Tres largas e interminables temporadas en las que Raúl conoció la cara más amarga del fútbol. Ni Abel, ni Quique, ni el propio Aguirre que le había descubierto dieron con la tecla. Ni estaba ni se le esperaba. No acertaba con los pases, no realizaba con éxito controles sencillos y perdía balones en posiciones demasiado comprometidas. Perdió su sitio en el 11, abandonó su confianza y se olvidó que él llevaba un jugador de fútbol dentro. Nadie se había dado cuenta -quizás cegados por su gran primer año en el Calderón- que Raúl no era mediocentro. Tres largos e interminables años en los que yo, dentro del coliseo atlético, he lamentado cada uno de los balones que perdía, he gritado y me he enfadado por cómo un profesional podía cometer esos errores de bulto y podía mostrar un nivel tan bajo. Recuerdo cuando se dejó barba y entre los compañeros del sector se debatía si lo había hecho para camuflarse y que el aficionado no le pitara y silbara.

Abuchearle se volvió sistemático. Anunciaban su nombre en los videomarcadores, y pitada que te crió; tocaba el primer balón, y los silbidos se hacían notar por encima de todas las cosas.

Entre medias, fue uno de los grandes culpables de que el equipo colchonero ganase la Europa League de 2010 formando un medio con poco toque y mucho músculo al lado de Assunçao. Una semana después, vio desde el banquillo cómo el Sevilla se llevaba la Copa del Rey y lloró desconsolado como un niño al terminar el partido sobre el césped del Camp Nou, ese estadio que le había visto debutar.

"Raúl siente mucho al Atléti", me dijeron. "Le duele muchísimo que la grada le pite, y le molesta cuando le asocian con otros equipos. Quiere triunfar de rojiblanco"

Sentí pena por un segundo. Luego pensé que había miles y millones de personas que darían su vida por jugar en el club de sus amores, pero por aptitud y no actitud no podían hacerlo. ¿Por qué iba a ser distinto el navarro?

"Molesta mucho que se pite a un jugador cuando tiene el balón, un jugador que da todo por el equipo, que lucha como nadie. Quiero pedir a la afición que tenga más paciencia con Raúl", decía Tiago, compañero de equipo y su principal competencia para un puesto en la titularidad.

"Es el peor jugador que he visto -aunque decía lo mismo de Valera- en el fútbol. No sabe dar un pase y no hace ni un control bien", me decía mi amigo Gabriel. En realidad dolía que tuviera tanta razón.

Y a él nadie le comprendía. "Me piten o no, siempre voy a querer lo mejor para este club", señaló el protagonista de esta entrada tras una mala actuación del equipo en general y suya en particular acompañada de la ya más que repetitiva pitada al unísono del Calderón. Y cuando parecía condenado al ostracismo, tras un año cedido en Osasuna donde jugó en la mediapunta e hizo un año más que aceptable, llegó el momento Simeone.

"Con lo bien que lo ha hecho cedido, a ver si alguien nos da un par de millones por él", decían. Simeone, tres entrenamientos después de trabajar con él, le declaró intransferible. Con confianza, trabajo y minutos en la mediapunta, Raúl García, dos años después, se ha ganado a toda la hinchada colchonera. Con más esfuerzo que nadie se ha trabajado un perdón que ha tardado más de la cuenta pero que sabe a algo más que a gloria y satisfacción.

Por la derecha, por la izquierda, por el centro y incluso de delantero, con el '8' a la espalda y casado con el gol, el navarro vive la mejor época de su vida con Simeone como su principal valedor y el orgullo de estar donde está por merecimiento propio. Nadie le ha regalado nada y ha tenido que hacer más del doble que los demás para conseguir la mitad del reconocimiento. Le va en los genes. 

Y es que si el año pasado ya terminó bien y marcó algunos goles cruciales, los 9 que lleva a estas alturas de la temporada han enamorado a la afición que primero le aplaudió y luego cogió por costumbre los abucheos. Y no sólo los goles, sino ¡qué goles!

"A Raúl García no le doy los minutos que se merece", dice Simeone, su máximo valedor. "A un chico que trabaja como él me da pena no darle más tiempo". Un Raúl García que ha vuelto para quedarse. Que ya no puede ocultar esa sonrisa detrás de una frondosa barba por triunfar en el equipo de su vida, al que idolatra y siente por encima del equipo al que ama y del cual salió. Un Raúl García que sólo encontró la tregua de la afición cuando defendió los colores rojiblancos de las burlas de Cristiano Ronaldo con aquella famosa 'espaldiña'. Un Raúl García que igual no se merece el Balón de Oro ni acabará jugando con la selección española, pero que merece la medalla de la Real Orden del Mérito Deportivo como nadie. Un Raúl García que, por segunda vez, y esta de verdad, es feliz en su casa.

Don Raúl, perdónenos. Tenga compasión y entienda que todos nos equivocamos. Y gracias.



lunes, 2 de diciembre de 2013

Lo que funciona no se toca

Existe una máxima en el deporte en general y en el fútbol en particular que defiende la teoría que se presenta en este título: lo que funciona no se toca.

Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer es una célebre frase que bien podría reflejar a las mil maravillas lo que se quiere decir con esta entrada. Y es que, si hay algo que funciona ¿Por qué cambiarlo? Es cierto que se puede ir a mejor pero, ¿Por qué jugársela e ir a peor? Riesgo cero.

Es por eso que en el Real Madrid juega Diego López y no Casillas. Diego, ese guardameta infravalorado y enemigo público número uno de unos pocos que tienen el poder de convencer a otros muchos por el simple hecho de haber coincidido con Iker en el conjunto blanco. El mismo Diego que sería ídolo de haber aparecido 5 años más tarde en el mismo sitio o en la actualidad en cualquier otro y no sería objeto de los insultos y desprecios, sino que más bien originaría halagos. Porque el capitán, que ahora está cogiendo ritmo en Champions -esa competición en la que López mantuvo al Real Madrid vivo con su actuación en los partidos frente al Manchester-, llevaba sin disputar partidos de alta competición cerca de un año sin mostrar el nivel al que realmente estaba. Más allá de forofismo de bufanda y no de coherencia. Y es que, Mourinho primero y Ancelloti después, saben que lo que funciona no se toca.

Es por eso que en el Atlético de Madrid juegan 11 siempre y unos pocos en contadas ocasiones. Por ejemplo, Alderweireld ha llegado de un equipo menor para ocupar una asiento en el banquillo y jugar cuando los otros dos -Miranda y Godín- no estén disponibles. Y tan importante es esta regla, que es bastante probable que el belga sea mucho mejor central que los dos que tiene por delante y le privan de minutos. Pero en el Calderón ganárselos está caro y más en una defensa que es de las mejores del mundo y no deja de acumular partidos con la portería a cero y superar récords de imbatibilidad. Y aunque el mismísimo Maldini rejuvenecido llegase a las órdenes del Cholo, tendría que ganarse un puesto con algo más que sudor, sangre y lágrimas. Es por eso que Guilavogui, centrocampista internacional con Francia y con un gran cartel en el viejo continente, no ha jugado más que en los recreos por detrás de un Gabi al que le cuesta acertar un pase fácil a 5 metros pero que se ha convertido en el corazón y el pulmón de este equipo histórico que no cesa de dejar en la lona rivales histéricos. Y es que, Simeone sabe que lo que funciona no se toca.

Es por eso que Rafael Benítez, entrenador hoy del Napoli, ha llegado a Italia con su mismo sistema de siempre, con las mismas ideas de sus primeros triunfos con la idea de ganar títulos en la Serie A, como hizo con el Liverpool, Valencia y Chelsea pese a los críticos. Y es por eso que con su idea inicial de juego, el Napoli seguía la estela de una Roma impecable hasta que Hamsik, capitán, santo y seña del equipo, dejó de entrar en el 11 primero por decisiones técnicas y después por lesión. Curiosamente, la Roma, invicta y de récord en récord, ha sucumbido 4 partidos sin su también capitán, Totti, en la cancha. Un conjunto que vive de Gervinho, que sólo ha funcionado bajo las órdenes de Rudi García. Y es que, tanto Benítez como García, saben ahora que lo que funciona no se toca.

Es por eso que el Newcastle lleva 4 partidos consecutivos conociendo la victoria con los malos en el campo y los buenos en el banquillo. Paradójico. Un Newcastle que empezó la temporada sin alma, encomendado a las diabluras de Ben Arfa y que se ha convertido en un equipo con sacrificio y juego irregular. Porque con el casi retirado Shola Ameobi en el 11, del que se decía que no valía ya para jugar en la Premier, los magpies no conocen la derrota. Y porque con Williamson, en la misma situación que el nigeriano, las urracas vuelan hacia la cabeza de la tabla tras vencer a Chelsea, Tottenham, Norwich y WBA. Porque Ben Arfa, el crack del equipo, está en el banquillo y en su sitio juega un Gouffran que se parte el alma por el escudo; Porque Yanga-Mbiwa, central francés que llegó con más nombre del que ha demostrado en el pasado mercado invernal, se sienta a su lado y en su sitio juega Willo, y las cosas salen; Y porque Cissé, el hombre gol de St. James Park, sólo ha metido un gol -en Capital One Cup- esta temporada y Shola le ha comido la tostada. Y es que Alan Pardew sabe que lo que funciona no se toca.


Es por eso que la Juventus, que lleva años paseándose por la Serie A con una superioridad que debería avergonzar a sus rivales, sucumbió en Champions ante el Real Madrid. Porque si Conte llevaba años sorprendiendo a rivales y destrozando equipos con el 3-5-2 [o 5-3-2, como se prefiera], el cambio de sistema le hizo morder el polvo en el Bernabéu, saliendo a jugar con más complejos de los que en realidad tiene. Y es que ahora, Conte sabe que lo que funciona, no se toca.