sábado, 20 de junio de 2015

Mundial Sub 20: La Serbia de Veljko Paunovic

Paunovic, entrenador de Serbia Sub20 / FIFA
Y al fin, tras muchos años de espera, el Mundial Sub20 lo ganó por fin un equipo, con mayúsculas, que no la esporádica espuma de sus talentos individuales. Y es que esta Serbia, que es un notable en todo, hizo durante todo el torneo un ejercicio de profesionalidad desmesurada, de sobreponerse a los contratiempos y de un gen competitivo que les ha hecho levantar el trofeo más grande de los pequeños imponiéndose a Brasil en una final agónica a la que le faltaron un par de minutos para acabar decidiéndose desde los once metros.

Serbia, que arrancó el torneo cayendo por 1-0 ante la Uruguay de un delicioso Gastón Pereiro, supo sobreponerse, vencer los dos partidos restantes del grupo para clasificar como primera e ir dejando rivales hasta llegar a la gran batalla decisiva. Destacable es en estos chicos que en cada encuentro que han jugado desde el final de la primera fase, en todos han llegado a la prórroga, incluso en algunos a los penaltis. Cuatro duelos a todo o nada de 120 minutos de desgaste, ante rivales más frescos, más enteros y con mucho más descanso que, ni por esas, han tumbado al combinado del hombre que brilla por excelencia por encima de todo: Veljko Paunovic.

Se enorgullecía el ex jugador de Atlético de Madrid y Getafe, entre otros, de la camada de chicos que tenía a sus órdenes incluso meses antes de que arrancara la competición o de que hiciera oficial la lista de 21 jugadores que han terminado llevándose todos los elogios. Su escenificación sobre el verde ha sido la de once jugadores moviéndose al son de una coreografía orquestada por el joven técnico. La de un grupo de muchachos trabajados y moldeados para competir en cualquiera que sea el escenario, ya se adverso, ya sea favorable. 

El no perder el sitio, el tapar cada espacio, el saber cada uno qué es lo que se espera de uno mismo. Ese no dar un balón nunca por perdido ni una ocasión por acabada que llevó a Saponjic, en el tiempo de descuento de los octavos de final ante la Hungría de la sorpresa Mervó, a forzar una prórroga (la primera de cuatro consecutivas) que luego terminarían ganando. El estar al borde del alambre, jugar con fuego y no quemarse porque no hay brasa que intimide y no sea manejable

El saber mantener la compostura como en cuartos ante Estados Unidos cuando, tras una guerra de desgaste que no encontró vencedor a 120 minutos, una tanda errática de penaltis decidió que fueran los balcánicos los que avanzaran. Esas dosis de fortuna necesarias para ganar cualquier torneo de gran magnitud que se tradujeron en una larga lucha desde once metros donde hasta 7 de 18 lanzamientos no acabaron en la red. 

Inteligencia y sangre fría, creer en lo que se está haciendo y saber por qué se está haciendo, como en semifinales cuando, tras ser superiores durante el tiempo reglamentario se encontraron con, nuevamente, un alargue infinito ante una Malí mucho más entera físicamente, pero no en el aspecto mental. Unos africanos que acabaron desquiciados, perdiendo la compostura y eligiendo mal cuando no se podía hacerlo. Y otra vez apareció la figura de Iván Saponjic, el trabajador perfecto. Un asesino con cara de niño al que todo entrenador quiere en su equipo. Se desfonda en silencio, busca el beneficio colectivo por encima de la gloria personal, que cuando llega es doblemente revitalizante. Un Solsjkaer en potencia que tira desmarques, caracolea en el área, arrastra rivales, remata de primeras y presiona al defensa. Un todo en uno que metió al equipo en una final ante una Brasil que acabó el torneo de menos a más y cuando mejor estaba recibió una cornada mortal.

Porque Serbia, mejor posicionada en el campo, se puso por delante en el marcador y cuando aún no habían terminado de celebrarlo se topó con un empate que parecía mortal. Los sudamericanos, nuevamente más enteros que los balcánicos dieron dos pasos hacia adelante y establecieron la tienda de campaña en las inmediaciones del área que defiende Rajkovic, que mataría con tal de evitar que alguien le marcase un tanto de más. Pero el partido, una vez más, se fue al alargue, a esa media hora en la que los serbios se sienten como en casa y que no fue tal esta vez. 

De una forma u otra, ya sea por simple estadística, que Serbia clavara la rodilla en alguna prórroga era cuestión de tiempo y Brasil parecía la candidata perfecta para lograrlo. Y entonces llegó. Como un perfecto boxeador que se sabe, en ese momento, inferior y fatigado, los europeos cerraron filas, se encogieron y se acostaron sobre la meta que defendía su imponente arquero y soportaron los golpes, uno detrás de otro, de una Brasil que al fin estaba siendo superior a un rival, obviando claro está la semifinal en la que arrasaron a Senegal. 

Y entre tanto, con camisetas rojas y amarillas jugando en 30 metros, el último gancho, la última bala de los de Paunovic salió con viaje sólo de ida a la portería verdeamarela. Un perfecto contrataque en tres toques, una definición exquisita con un golpeo de exterior de Maksimovic, que tras 110 minutos de desgaste en el doble pivote se acababa de colocar como enganche para, precisamente, eso. Y en un abrir y cerrar de ojos, un equipo que soñaba con llegar a los penaltis con su intimidatorio Rajkovic bajo los palos, se encontró con la misma figura sonriendo, festejando y vacilando a sus 20 compañeros antes de levantar la Copa de campeones al cielo de Nueva Zelanda.

La Serbia de Paunovic es Rajkovic, un líder bajo los palos que ejerce de hermano mayor más que de capitán. Que ordena y coloca a una rocosa defensa prácticamente impenetrable. Un eje de la zaga fuerte y decidido que nunca da opción a pensar al rival, que solventa cada duda con contundencia. Babic y Veljkovic, la combinación perfecta a los que flanquea un potente Nemanja Antonov, una de las sorpresas del torneo, que tuvo que bailar en la final con la más fea y con la habilidosa banda derecha brasileña. La Serbia de Paunovic es Sergej Milinkovic-Savic, o simplemente SERGEJ, en mayúsculas, como luce en su camiseta (el hermano mayor de Vanja, portero suplente perteneciente al Manchester United). El jugador al que deseas tener a tu lado. La prolongación de cualquier entrenador sobre la cancha. Es voluntarioso, un portento físico, un armario de 3x3 que baja a pelear al barro cuando lo exige el guión y que hace lo contrario cuando toca. La Serbia de Paunovic es Zivkovic, el talento, el jugador diferente, al que darle la pelota cuando a los demás le quema. La Serbia de Paunovic es la suma de los unos que hacen un todo perfecto, o casi perfecto. Un equipo con un gen competitivo impropio para críos menores a la veintena de los que, seguramente, muchos se quedarán por el camino. Pero que nunca podrán olvidar que una noche, en Nueva Zelanda, el mundo entero se rindió a sus pies, 

Rajkovic levanta la Copa de Campeón del Mundial Sub 20 / Getty Images

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