domingo, 29 de marzo de 2015

Fabio Quartararo: aroma de campeón

¿Cómo se puede ser noticia quedando el séptimo en una carrera? Fabio Quartararo lo ha conseguido. En silencio, aunque lleve ya un par de años haciendo ruido, este francés nacido en Niza pero comido y criado en España acaba de tener su puesta de largo en el Campeonato del Mundo de Motociclismo sin siquiera tener 16 años. 

Con la mismo material que usó el año pasado, para proclamarse campeón del CEV por segunda temporada consecutiva, con el que también tuvo mejor ritmo y vueltas más rápidas que muchos de los ganadores de grandes premios del Mundial, Quartararo ha entrado por la puerta grande y sólo los lances de carrera, que bien se pueden traducir en nervios, errores de juventud propios o ajenos y fortuna le han impedido debutar con victoria, lo que habría supuesto además convertirse en el piloto más joven de la historia en ganar una carrera, un galardón que ostenta desde Sachsenring 1998 Marco Melandri, que se subió a lo más alto del cajón con 15 años y 345 días (Fabio lo habría hecho con dos días menos). Ya lo había pronosticado: "la carrera será divertida", dijo el sábado, pero no se imaginaba cuánto. "He disfrutado mucho, no tiene nada que ver con lo que había corrido hasta ahora", confirmaba tras su debut.

Acostumbrado a marcar la pauta, el ritmo y destrozar registros y rivales en categorías menores, la duda era cómo gestionaría el 20 rodar en grupo, con muchas motos a cada lado en rectas en las que se pueden llegar a ver hasta 5 en paralelo, chicos que en su mayoría no llegan a la mayoría de edad y las consecuentes inconsciencias de la adolescencia y errores de la inexperiencia. Y saliendo sexto, no le tembló el manillar en el tercer giro cuando, tras engullir pilotos de dos en dos en cada curva, cogió las riendas de la carrera, se puso Qatar (un circuito totalmente desconocido para él) por montera y decidió marcar el ritmo. Tampoco un par de vueltas después, cuando Isaac Viñales le hizo el afilador y estuvo más cerca del suelo que otra cosa. Frío, calculador, con un empaque impropio para un chico de su edad. 

Fue siempre el objetivo de las miradas, rodando al límite, con un estilo de pilotaje propio poco antes visto. Ataca las curvas cuando ni siquiera están y sale de ellas muy abierto, quizás buscando visibilidad, quizás queriendo espacio para analizar y aprender, quizás rehuyendo de los choques del grupo de cabeza, difícil creer esto último, fue el piloto que más veces acabó en un sándwich. 

Tocaban ya las trompetas, las últimas vueltas asomaban y el francés, ya ojito derecho de todos los amantes de las dos ruedas, se había quedado un poco rezagado en un segundo grupo fruto de uno de esos contactos que tienen las carreras, también de apurar tanto que había terminado pisando la hierba en un par de veces a la entrada en recta perdiendo décimas vitales. No se arrugó y tardó medio circuito en liderar a ese segundo paquete para acabar contactando con los de cabeza. 

Sacó el microscopio y se puso a investigar. Pasó a ser líder, abrió unas décimas de espacio y, dos vueltas antes del cierre del telón, observó que si entraba con ese pequeño margen en la última curva, el rebufo no le sería suficiente a sus perseguidores para arrebatarle la victoria en el debut, algo insólito. Se empezaron a abrir los libros de los récords para editarlos, para inscribir con letras de oro el nombre de este pequeño gran francés que no podría competir en esta categoría por edad de no haber arrasado el año pasado en el CEV como lo hizo y entonces apareció. Su único error, que no fue grave, pero sí le condicionó a acabar séptimo cuando marchaba tercero en una posición muy propicia para la victoria. Un toque con Bagnaia, al que le encanta bailar carenado con carenado entre codazos, lo echó todo al traste. Sonó el himno francés, pero no por el pequeño monstruo, que pese a no subir al podio deja junto con su estela un suave perfume de campeón.

Fabio Quartararo, el sábado / ESTRELLA GALICIA

viernes, 20 de marzo de 2015

El error egipcio de Mou: Mohamed Salah

Parece especialista el Chelsea en deshacerse en los últimos tiempos de aquellos jugadores a los que no encuentra acomodo por un precio elevado que se antoja irrechazable, sobre todo si se mira que aquellos chicos que se marchan pasan más tiempo del que desearían entre la grada y el banquillo. Uno se fija en el rendimiento de cierto delantero que hoy destroza redes en el Everton y de un pelirrojo pecoso con cara de travieso que ha hecho de los campos alemanes su jardín hogareño y se cuestiona hasta qué punto, el dinero da la felicidad y es más importante que los resultados. Y es que ese mediapunta ratonero del Wolfsburgo, que responde al nombre de De Bruyne, cosecha mejores registros (goles y asistencias) que toda la línea de mediapuntas del equipo londinense, por donde acampan Hazard, Oscar y Willian.

Y es ahí donde aparece Mohamed Salah, el último descarte de Mourinho que hoy es, junto a Carlos Tévez, el jugador más en forma de la Liga Italiana. Y es que al técnico portugués se le metió entre ceja y ceja el fichaje de Cuadrado en invierno y para hipotecar dicha incorporación mandó a Schurrle a Alemania. La Fiorentina, que no se contentaba sólo con el dinero tras perder a su jugador con más cartel, preguntó por ese chico egipcio de 22 años con cara de pocos amigos que se sentaba jornada sí y jornada también en la grada y al que sólo los 33 minutos disputados en Liga le diferenciaban de un vulgar utillero. Con lacito, respondió Mou. Pero cedido, por si las moscas.

Salah, con la Fiorentina / GETTY IMAGES
El huracán africano que se ha desatado desde entonces en la angelical ciudad de Florencia no hace más que alimentarse con el paso de los días. Cuadrado, encasillado, reconocido por los rivales y con el hambre de ir a un equipo con mejores expectativas, no estaba cumpliendo con su cometido y el egipcio ha revitalizado a un equipo que camina con paso firme en Europa League y esprinta en esa carrera de fondo por acabar entre los tres primeros en el Calcio. Y es que Montella le ha sacado el mayor de los partidos. Le da libertad por detrás de un punta nato e incluso le permite jugar, en ocasiones, como hombre más adelantado. Cuando cae a bandas, sin importar el perfil, sus diagonales son sinónimo de pena de muerte y es capaz de llevar él sólo un contragolpe haciendo parecer que en vez de un sólo hombre a la portería rival se dirige una manada de bisontes.

Seis goles y dos asistencias le avalan en los 700 minutos que ha disputado en tierras italianas. Allí luce el dorsal 74 como homenaje a la cifra de víctimas que se cobró en 2012 la batalla de Port Said, un altercado entre dos hinchadas en la final del campeonato con un trasfondo político que dejó también más de 1000 heridos. Se ha erigido como el líder de la Viola y ha hecho creer a sus tiffosi que con él todo es posible. 

El Chelsea le conoció en 2013 cuando, en las filas del Basilea, el egipcio sacó de sus casillas al conjunto inglés y cerca estuvo de privarle de jugar la final de la Europa League que a la postre conquistó y sólo seis meses después, con Mourinho ya en el banquillo, ejecutaron la usual técnica florentiniana de encapricharse de todo aquello que a uno le pinta la cara. Aunque en Londres, la presencia del africano ha sido más bien como la del Perro del Hortelano, pues ni ha comido ni le han dejado comer. Ahora, Italia se rinde a la nueva estrella de su Liga. En Florencia resuenan tambores de guerra cada vez que el chico que no pierde la sonrisa engancha la pelota, ya sea en campo propio, en la frontal o en las bandas. Y Mou, que se tira de los pelos porque duele que otros aprovechen lo que tú no has podido, aún se ríe en la sombra porque sabe que le tiene bien atado en corto.

Salah, a punto de jugar bajo la mirada de Mou / GETTY IMAGES


jueves, 19 de marzo de 2015

Pellegrini firma el finiquito

No será aquí donde se cuestione lo buen entrenador que es Manuel Pellegrini. El gran problema es que no basta con serlo sólo algunas veces para entrar en la élite, para ganar títulos, y cada vez se le está poniendo al chileno una cara wengeriana que él mismo comprueba cuando se mira al espejo. No sólo sirve hacer poesía con equipos modestos y plantillas menores si con los más grandes nombres y con los jugadores más galardonados los renglones salen torcidos, y eso es a lo que está acostumbrando, cada día más, el Ingeniero.

Es precioso hacer sentirse grandes a los hinchas del Villarreal llegando a estar entre los cuatro mejores equipos de Europa. Maravillosas sensaciones que repitieron, en un escalón inferior, los del Málaga unos años después. Un fútbol atrevido, coral y musical que hacía pensar al respetable qué sería este técnico cuando cogiese las mejores naves. Y es ahí cuando el quiero y no puedo se torna en puedo y no quiero, cuando la sensación de jugar con presión le sobrepasa y sueña, desea, con volver a hacerlo sin ella para simplemente disfrutar. 

Ya sea montado en canoa con 11 hombres que reman por y para él, o en el mejor de los cruceros, navegando a toda vela, el chileno y sus equipos parecen condenados a cruzar los mares más difíciles para acabar muriendo en la orilla. Afronta su tercera temporada en un equipo grande y su bagaje de títulos es pobre, pero peor lo son las sensaciones que ha dejado. Sentirse siempre sobre pasado por la situación, llevando una nave con muchos botones sin saber para qué sirven muchos de ellos exactamente.

El último ridículo lo hizo anoche en el Camp Nou ante el Barcelona. A su cuestionable planteamiento de la ida se unieron las decisiones absurdas en territorio catalán. Con un equipo necesitado de hacer dos goles para empatar la eliminatoria, el chileno sólo tenía sobre el campo al Kun Agüero y los ingleses no sólo no mordían para buscar el gol, sino que parecían hasta satisfechos con el resultado. Para más sacrilegio, Jesús Navas, que estaba siendo el mejor de los citizens en los 45 minutos que jugó, no encontraba nunca los faros referentes, Dzeko y Bony, que aguardaban en el banquillo. Que dé gracias al rubio que tiene bajo palos, porque de no haber estado él quizás el resultado de la ronda se podría haber aumentado incluso hasta los dobles dígitos. Sobrepasado siempre por la situación, con planteamientos erróneos y poco entendibles y malgastando plantillas cuyos presupuestos ascienden a varios centenares de millones de euros.

Ahora afronta una temporada de travesía, eliminado en octavos de Champions y con opciones muy remotas en Liga (a seis puntos y con un partido más que el Chelsea, líder), doblegado en FA Cup por el Boro en un nuevo alcorconazo y en Capital One Cup por un Newcastle repleto de reservas y canteranos. Un guión que bien podría estar escrito la pasada temporada, aunque pequeños matices cambiaron el resultado final. Y es que el curso pasado, Pellegrini se hizo con su primera Premier League en su año de debut, sí, pero lo hizo teniendo enfrente al peor Manchester United de la historia, a un Chelsea en construcción y sólo pudo ser campeón por los disparos en el propio pie que se pegó un Liverpool que cuajó una temporada heroica luchando con los titanes, unos como los que una vez fueron los red.

El ridículo en Europa fue quizás mayor, cayendo ante un Barcelona en horas bajas y quedando en evidencia delante de las cámaras tras el último partido de grupo, donde afirmó que no sabía que con un gol más habrían sido líderes de grupo, jugando ante un Bayern de Múnich que acabó con un jugador menos, algo que sin duda habría allanado el camino. Lograron la Capital One Cup (el torneo menor de Inglaterra) y cayeron en la FA ante el Wigan.

Su otro gran fracaso lo hizo en el Bernabéu, también cayendo en Champions en octavos de final ante un Lyon que no debería haber supuesto una amenaza y avergonzando al madridismo en Copa ante un Segunda B que se impuso, y de qué manera, a doble partido a los merengues. Curiosamente, Real Madrid y Manchester City, los dos equipos que más dinero han gastado en fichajes en los últimos 7 años. Plantillas confeccionadas para ganar títulos que con el chileno, no llegan. La directiva de los ingleses ayer tomó nota, no valen los nombres que sólo sean figuritas sin un mentor que les ordene. Gastar por gastar no conduce a ningún sitio y de poco sirve salir campeón por ser el menos fallón de tus rivales. Y es que de 12 títulos que ha disputado Pellegrini con Real Madrid y Manchester City, sólo ha ganado 2. Y lo peor es que en los otros 10, salvando uno o dos, ha hecho el ridículo en el resto de ellos. Y hoy, sí, la culpa también es de Pellegrini.

Pellegrini, con el M. City / REUTERS