martes, 29 de septiembre de 2015

Ben Arfa, el Balón de Oro que no quiso ser






  

Cuando la cabeza no juega al mismo nivel que tus pies, las posibilidades de convertirse en jugador olvidado, en juguete roto y en eterna promesa son altísimas y es común que los buenos partidos acaben escondidos en un baúl de los recuerdos. Y eso le sucede a Hatem Ben Arfa (28 años, Francia), que ahora anda buscando en Niza subirse a su último gran tren del éxito. No hay más que ver que hace nueve meses pensó colgar las botas definitivamente cuando la FIFA le dejó seis meses en la nevera sin poder competir por problemas burocráticos para comprobar lo ordenada que está su cabeza. Y es que, tras haber jugado con dos equipos en una misma temporada (Hull City y Newcastle Sub21), su fichaje por el Niza quedó en el limbo y tuvo que estar desde navidades parado.

Y es ahí precisamente ahora, en la ciudad francesa, donde el galo de ascendencia tunecina ha recuperado su mejor versión en el inicio de su primera temporada con los colores del Niza. Es santo y seña del equipo, tiene total libertad en una posición de falso delantero que le permite moverse con peligro por todo el frente de ataque y desquiciar a los rivales. Ben Arfa es desde hace unas semanas uno de los protagonistas de las redes sociales que hoy en día dominan el mundo. Su nombre aparece como Trending Topic cada vez que sale al campo y sus goles son colgados en la red como Vines saltándose las leyes de copyright de una Ligue 1 que no da a basto para borrar las reproducciones de sus regates. La última ante el Saint Etienne, donde con dos obras de arte su nombre volvió a tipearse en los teclados de todo el mundo. El primero, con una perfecta volea ante la que nada pudo hacer el portero del equipo francés; el segundo, en su especialidad, arrancando desde lejos con regates imposibles que en sus botas parecen sencillos y dejando hasta a cinco rivales por el camino en su continuo zigzag que sólo terminó cuando batió al meta con su pierna menos buena. El Genio, El Monstruo, calificaban los tabloides galos el actual nivel de Ben Arfa.


No es la primera, ni será la última, jugada maradoniana de este mediapunta zurdo que de vez en cuando suelta latigazos con ambas piernas. Lleva la pelota cosida a su pie como pocos, elegante, con buena zancada, y de sus tacos salen algunos de los mejores trucos de magia vistos sobre el césped. Este gol suyo ante el Blackburn estuvo en la pelea por el Premio Puskas al mejor tanto del año en 2012, también lo mereció el día en que dejó a cada jugador del Bolton que salió a su paso sentado en el verde antes de marcar. Destaca su disparo desde el borde del área tan colocado como potente, que le hace engordar cada temporada su registro goleador. ¿Entonces, por qué no es uno de los mejores jugadores del mundo? ¿Por qué incluso, muchos de los que son conocedores del fútbol con pinzas, ni siquiera han oído hablar de él? ¿Por qué si sus apodos son 'El Maradona francés' y 'El Geordie Messi' juega en un equipo menor en una liga como la francesa en vez de disputar la Champions League todos los años?

Y es que al fútbol se juega con los pies y con la cabeza. Y sin lo segundo, poco importa lo que hagan los primeros. Ahí radica el obstáculo matriz de Ben Arfa. Chico problemático desde su infancia, crecido en un barrio marginal, hijo de inmigrantes en un entorno para nada favorecedor, el pequeño Hatem nunca pudo tener una niñez tranquila, como mostró ya en aquel encontronazo en Clairefontaine con Diaby cuando ambos no eran más que unos críos. Clairefontaine, la casa de la Federación Francesa de Fútbol, es una residencia a la que acuden los mayores talentos del fútbol galo cuando son aún menores de edad. Un centro de entrenamiento y convivencia por donde han pasado jugadores de la talla de Platini, Zidane, Henry, Deschamps, Blanc o Thuram, y donde consideran a Ben Arfa como uno de los mejores proyectos que tuvieron nunca.

Allá por 2003, con sólo 16 años, Ben Arfa empezó a estar en boca de todos. Hacía un año que había firmado por el Olympique de Lyon, en cuya cantera seguía su formación, pero su hacer con las categorías inferiores de la selección francesa no le dejaban pasar desapercibido. Un año más tarde, con 17, debutó con el primer equipo del Lyon y proyectó su nombre en el panorama mundial con la consecución de la Eurocopa Sub 17 en una final ante España que hacía presagiar un futuro dorado para la selección del gallo. Desde la mediapunta, Ben Arfa lideraba a una camada de chicos entre los que destacaban Nasri y Ménez, y también un Benzema que por entonces alternaba el banquillo con el césped porque el hoy jugador del Milan actuaba en punta. Pepe Pla, capitán de aquel equipo español, recuerda cómo Ben Arfa era no sólo el jugador más peligroso de los galos, sino del torneo, y cómo le resultaba imposible de parar tanto a él como a su compañero en la defensa, Gerard Piqué.

"Si hubiera seguido la trayectoria que apuntaba, hoy estaría jugando en el Barcelona con Leo Messi. Técnicamente los dos son iguales", señalaba el año pasado el propio Karim Benzema tras ser preguntado por el momento de forma del jugador que entonces estaba apartado en el Newcastle. "Con el balón le he visto hacer cosas increíbles, cosas que no vi hacer a nadie, pero no tomó bien algunas decisiones de su carrera", añadía el delantero del Real Madrid.

El del Niza, sabedor de sus cualidades, no ha hecho todo lo posible por ser el mejor jugador que puede llegar a ser. Cierto es que ha vivido los sinsabores de las lesiones de primera mano y que también ha tenido duros encontronazos con sus entrenadores, algunos justificados y otros no tanto, pero en su mano siempre estuvo hacer más. Intenta controlar solo lo que realmente puedas controlar, cosa que no ha hecho. "Sé que algunos pensarán que estoy loco, pero aún sueño con el Balón de Oro. Creo que algún día seré el mejor jugador del mundo", afirmaba hace sólo dos años, uno antes de querer colgar las botas de forma repentina. Nadie al mando de ese cerebro.

Tocó fondo poco después de salir del Newcastle, el mismo equipo que le había hecho rozar el cielo. Pero antes de salir de Francia ya probó las mieles de la polémica cuando cambió Lyon, el club que se lo había dado todo, por Marsella, los eternos rivales. Poco después su mala fama cogió altura cuando cayó en rebeldía. Newcastle, el equipo donde siempre soñó jugar, se había propuesto firmarle y él, prendado por el interés del equipo donde jugó su ídolo Ginola, decidió con malas artes que o iba a Newcastle o no volvía a jugar en el Velodrome. Tras un verano de tiras y afloja recaló en el conjunto inglés y tras unas pocas jornadas de Liga, una entrada desafortunada de De Jong le partió la pierna. Se plantearon incluso la posibilidad de amputársela porque la cosa se complicó más de lo debido. Afortunadamente no sucedió.

Ahí comenzó su calvario con los quirófanos y las salas de fisioterapia, donde se ha pasado desde entonces el mismo tiempo o más que en los terrenos. Estuvo un año en el dique seco por aquella rotura de tibia y peroné y cuando regresó lo hizo tocado por una varita. Cuajó la hasta entonces mejor temporada de su vida, colocando al Newcastle entre los cinco mejores equipos de la Liga, algo impensable, y se erigió como un auténtico líder. Con total libertad de movimientos, la banda derecha era su hábitat y cada pelota que cogía entrañaba un peligro desmedido. Curioso era ver cómo si jugaba en casa y agarraba el cuero a mitad de cancha, la afición local entonaba un 'ooohhh' claro de "peligro, este la lía", mientras que en el 'ooohhh' que se escuchaba si jugaba de visitante, la hinchada de casa mostraba en su entonación el miedo y la desesperación por ver a un hombre sortear a sus defensas cual conos en un entrenamiento.

Y tras una temporada de ensueño, los problemas, entonces musculares, retornaron. La precipitación del club porque reapareciera jugó en su contra y nunca más volvió a dar una tarde de gloria en St. James Park para desesperación de los geordies. Ben Arfa, además, descuidó su forma tras una temporada de sinsabores y volvió pasado de peso para los últimos encuentros de la campaña, donde el equipo se jugaba el descenso. Ahí le hizo la cruz Coloccini, capitán del equipo y quizás el manda más del vestuario y tras el verano, en el club le informaron de que no volvería a jugar en el primer equipo. Alegaron que había vuelto gordo y que su profesionalidad no era acorde con la entidad del club. Le suspendieron de empleo y sueldo hasta que se demostró que sus niveles de masa corporal estaban acordes con el que estaba marcado e incluso había llegado más fuerte y en mejor forma de lo que le exigían. Surgieron las dudas sobre si habría alguna estrategia sucia del equipo para deshacerse de él.

El caso es que, mientras la afición colgaba pancartas en todas las jornadas con su cara y el lema 'hope' (esperanza), Ben Arfa se desempeñaba con el equipo reserva en lo que era para él, literalmente, un juego de niños. El último día de mercado se marchó al Hull City, donde sólo duró seis meses para posteriormente rescindir con el Newcastle. Cabe destacar, por cierto, que en el duelo que enfrentó a Tigers y Magpies en el feudo de los segundos, Ben Arfa vio el partido desde la grada incrustado entre la hinchada local, la hinchada de su vida, la del equipo para el que soñó jugar. Fue entonces en ese invierno, tras quedar libre, cuando el Niza lo firmó y la FIFA impidió su participación al considerar los partidos reservas del Newcastle como oficiales.

Ahora, tras seis meses entrenando en solitario y poniendo su físico en forma, Ben Arfa sueña con el fútbol. Sus pies le dicen que quiere ser Balón de Oro hasta que su cabeza le incite a retirarse. Ha marcado seis tantos en lo que va de temporada (todo el Newcastle junto a hecho cinco) y es uno de los máximos goleadores de las mejores ligas europeas. Vuelve a estar en boca de todos. La llamada de la selección, que parecía difícil e incluso, imposible, pues en su eterna lucha con entrenadores tiene a Deschamps en la pole (dirigía al Marsella cuando se declaró el rebeldía), puede estar cercana, con el propio seleccionador afirmando que le va a seguir de cerca durante toda la temporada animándole a "seguir por este camino". Con el 9 a la espalda vuelve a probar el sabor de la victoria. Ya se especula con que su futuro anda lejos del Niza, Sólo tiene un año de contrato y su nivel actual es acorde con el de los mejores de Europa, pero falta saber si alguno se atreverá a apostar por la irregularidad hecha persona. O incluso, si el Newcastle, con el permiso de Coloccini, vuelve a hacer una ofensiva por él. Las pancartas en su apoyo ahí siguen los domingos, por si acaso...



jueves, 24 de septiembre de 2015

Sergio Araujo, la solución a todos los problemas

Hay un jugador en la Liga Española que vive de dulce. Habiendo contribuido de forma directa en cuatro de los cinco goles que lleva su equipo con un tanto y tres asistencias, en Las Palmas saben que de la felicidad de su ariete depende el futuro de la temporada. Y es que Sergio Araujo (Argentina, enero de 1992) vive una juventud permanente en las islas y ha encontrado, a sus 23 años, una estabilidad que ya incluso daba por perdida y un nivel acorde al potencial que se le aseguraba cuando sólo era un adolescente.

De la prolífera cantera de Boca Juniors, cuando Araujo saltó a la palestra en 2009 con sólo 17 años saltaron todas las alarmas. El pueblo argentino, especialista en sacar talentos de la nada y necesitado de colgar a los jóvenes delanteros que despuntan el cartel de 'nuevo Maradona' (ahora también vale inuevo Messi'), acababa de perder a su última gran figura, un Sergio Agüero que había cruzado el charco sólo un par de temporadas antes para enrolarse en las filas del Atlético de Madrid. River, siempre peleado con Boca, sacó entonces de sus inferiores a un chico llamado Rogelio Funes Mori (hermano del defensa del Everton), un año mayor que Araujo, para seguir peleando en el barro por cualquier mínimo detalle con su eterno enemigo.

El Chino, como se apoda al hoy jugador de Las Palmas por sus rasgos faciales similares a los asiáticos, vio su primera oportunidad gracias a un Alfio Basile del que recuerda actualmente como el mejor entrenador de su carrera. Ya había hecho sus pinitos con la Sub 17 de Argentina en el Sudamericano de 2009 y no pudo tener muchas más opciones ligueras pues se volvió a ir con la selección para disputar el Mundial de la misma categoría, donde una mediocre Argentina no dio la talla en un torneo en el que destacaron jugadores como Koke, Götze, Isco o Xhaka, entre otros muchos. Con todo, Araujo fue el mejor jugador del combinado, alzándose subcampeón en el Sudamericano y consiguiendo ser el máximo goleador del equipo en ambas citas.

Sorprende ahora su faceta goleadora, pues los 25 goles con los que la pasada campaña se alzó con el pichichi de Segunda no son sólo su mejor marca, sino que fue la primera vez que rompió la barrera de las dos cifras. En Boca siguió desarrollando los dos años siguientes al del debut sumando sólo dos dianas en una veintena de partidos. Su chispa se había consumido poco a poco, pues pese a dejar detalles de calidad y ser un continuo dolor de muelas, un delantero sin gol se acaba devaluando. No para el Barcelona que, entonces con su filial como uno de los equipos punteros de Segunda División, decidió hacerse con sus servicios por dos años en calidad de cesión. Se estipuló, eso sí, una cláusula de compra fijada en 15 millones de euros.

En el Barcelona su nivel fue intermitente. Acabó el curso con siete tantos y cuatro asistencias y cada balón que agarraba en la frontal era sinónimo de peligro, pero entró en juego su faceta de díscolo. Peleado toda la temporada con Eusebio, el Barcelona decidió devolver al jugador a Argentina un año antes de tiempo. En su equipo de origen, Bianchi decidió no contar con él y se marchó cedido a Tigres. Y ahí tocó fondo. "Echaron al entrenador y al nuevo yo no le gustaba. Era suplente y cometí el error de dejarlo estar, de pasar un poco de todo y fui perdiendo terreno dentro de la plantilla. Me arrepiento de no haberlo hecho bien y de una manera diferente.", se sinceraba el pasado curso, cuando estaba recuperando su nivel en Las Palmas.

Y fue gracias al equipo canario por lo que hoy es el jugador que es. Tanto se había devaluado su precio tras el mal año en Tigres y el rechazo del Barcelona, que de la cláusula de compra de 15 millones de euros fijada para el club catalán, pasó a tener una de menos de dos millones, precio por el cual Las Palmas se hizo con el 70% de los derechos del jugador, que firmó hasta 2020. Ahora se lo rifan varios clubes de Europa. El Palermo, tras vender a Dybala a la Juventus, se lanzó a por el Chino de inmediato con una oferta de 13 millones, que fue rechazada de inmediato por el presidente del equipo canario, que lo declaró intransferible poco después de ponerle una cláusula de rescisión de 60 millones de euros.

Y así, a ritmo de asistencias y hacer jugar, Araujo se ha graduado ya en Primera, con sólo cinco jornadas, tras asombrar a todos en Segunda donde fue capaz de remontar partidos él solito. Sabe que le debe prácticamente todo al equipo amarillo, que le dio la oportunidad cuando nadie confiaba en él y a quien trata de devolver esa confianza. "Traté de aprovechar mi última oportunidad en Europa", afirmaba. Curioso como un gran proyecto aventuraba que son sólo 21 años las puertas del gran salto se le iban a cerrar si no lo hacía bien, pero son muchos los que han pasado de promesa a juguete roto sin siquiera darse cuenta y han acabado como no quiso acabar Araujo. Como el propio Funes Mori. 

Araujo, a quien desde el principio se le comparó con Agüero, con el que incluso comparte nombre, tiene unas características muy similares a las del Kun en según que facetas del juego. Aportunista, listo, inteligente, descarado y atrevido, Araujo pierde la vergüenza que muestra en su día a día cuando se calza las botas y salta al césped. Nunca da un balón por perdido y por empuje en ocasiones acaba logrando el objetivo donde su calidad, que es infinita, no llega. La comparación con el del Manchester City no puede ser más acertada. El Chino es potente de piernas, con un tren inferior que es su punto fuerte. Se mueve bien entre los defensas, a los que suele ganarle la partida, pero es más importante para el juego de su equipo que el propio Agüero. Quizás también por la entidad de los clubes. Araujo cae mucho a banda, baja a recibir la pelota y es importante en más facetas del juego que en el simple remate a gol. 

Ahora, con 23 años, Araujo reúne la madurez de quien ha visto el final cerca y la juventud de su edad real para hacer una mezcla explosiva capaz de poner del revés cualquier estadio de Primera. Incluso, no sería extraño que llegara la llamada de la Selección Absoluta, camiseta que nunca ha vestido en el máximo nivel. A ritmo de goles, asistencia, imaginiación y buen juego, Las Palmas sonríe. La gambeta del Chino es la solución a todos los problemas.

Sergio Araujo celebrando un gol con Las Palmas


lunes, 14 de septiembre de 2015

Riyad Mahrez, la sensación de la Premier

Riyad Mahrez, con el Leicester / GETTY IMAGES

Sorpresa es comprobar la web oficial de la Premier League y encontrarte con que el puesto de máximo goleador lo copa, en la jornada 5, un tal Riyad Mahrez, que también asoma la cabeza en la lista de mejores asistentes y lidera en solitario la de más regates con éxito. Sus cifras, a saber, son cuatro tantos, dos asistencias y 22 regates en cinco duelos. Pero, ¿Quién es este tipo y de dónde ha salido?

Desconocido para la mayoría, Riyad Mahrez (21 de febrero de 1991, Francia) se ha hecho un hombre esta semana con una auténtica exhibición que ha servido de cabecera en todas las tertulias futboleras cuando, pese a ir cayendo su equipo por 0-2 ante el Aston Villa, supo dar la vuelta al marcador en la recta final, con un protagonismo suyo desmedido. Mahrez es un jugador francés de ascendencia argelina que llegó al Leicester City inglés en enero de 2014, cuando el equipo mantenía la primera posición de la Championship que le aseguraba un puesto la campaña siguiente en Premier League. Entonces disputó minutos en todos los encuentros, ya fuera por la derecha o por la izquierda, aunque bien es cierto que le costó hacerse con la titularidad.

Una campaña después, la pasada, ya en la máxima categoría, este franco-argelino se dio a conocer en el primer nivel con una regularidad guadianesca en la que alternó destellos de calidad con perfectas representaciones del escondite al que juegan los niños. Convirtió cuatro goles y tres asistencias en la treintena de partidos que jugó, una cifra que ya casi ha alcanzado en los cinco duelos que lleva en el presente curso.

Su zurda es prodigiosa. En el fútbol hay una ley no escrita que dice que los jugadores diestros pueden ser muy buenos, pero incomparables con uno que maneje la izquierda a las mil maravillas. Y en este caso, aunque es pronto, puede ser cierto. Se trata de un jugador de fútbol sala encerrado en campo de mayores dimensiones, subido a unas botas con tacos sobre un césped que él convierte en el mejor parqué. Pisa la pelota como en su día lo hacía el gran Paulo Roberto como si sus suelas no tuvieran esos tacos tan molestos para según qué acciones. Es exagerado en el regate, extravagante, marca muy bien el sitio para el que no va a ir con un recorte eléctrico que deja al rival clavado en el sitio en el mejor de los casos, sentado si no. Esconde la pelota para volverla a enseñar por el otro lado cuando el rival ya está cansado de jugar al gato y al ratón. Su recorte por detrás es tan inusual como efectivo y la culebra que tiene por cintura hace temblar los cimientos de la defensa más armónica. Bicicleta por un lado, amago para el otro, recorte hacia el primero y pase o definición. Capaz de dejar por los suelos a su par con un simple movimiento en el cuerpo sin necesidad de tocar el balón.

Mahrez abusa del regate, porque lo tiene, y como todos lo extremo a veces eso es malo, le hace perder oportunidades. Le encanta partir desde banda derecha para jugar a pierna cambiada y hacer sufrir a sus rivales. El Leicester lo firmó por la ridícula cantidad de 500.000 euros del Le Havre de la segunda división francesa y el pago está más que amortizado. El Arsenal ha preguntado por él, pero la negativa de Ranieri, su nuevo técnico, ha sido rotunda. También sonó su nombre para sustituir a Pedro en el Barcelona, pero la imposibilidad del club español por inscribir jugadores dejó la operación en un simple rumor. No es casualidad que el Leicester acapare todas las portadas de Inglaterra, que sea segundo en la Premier League y hasta la fecha ocupe el lugar de equipo más goleador del campeonato. Tienen entre sus manos un jugador que es un clon de Hatem Ben Arfa. Tanto en estilo de juego y posición. Incluso hasta en el físico, sin olvidar que ambos son franceses con orígenes africanos. Cabe saber si tendrá la cabeza amueblada o será un nuevo juguete rojo como lo fue el del Newcastle.

Representa a la selección de Argelia, con la que disputó el pasado Mundial de Brasil, donde el equipo africano puso en serios apuros en los octavos de final a la Alemania que a la postre levantó el título. Suenan tambores de guerra cada vez que coge el balón en la mitad del campo si está inspirado y el clamor de la grada se hace notar tanto si juega de visitante como si lo hace de local, aunque no con el mismo significado. Mahrez ha despertado ¿Cuánto durará su sueño?


        

domingo, 13 de septiembre de 2015

Cuando Rossi hace la danza de la lluvia

Misano, 13 de septiembre de 2015. En un circuito rebautizado como Marco Simoncelli donde aún fluye el recuerdo del italiano junto al alma del japonés Tomizawa, que perdió la vida en este mismo trazado hace ya cinco años, cuando sólo tenía 19. Son las 13:59 y sólo falta un minuto para dar la salida de MotoGP. Durante todo el fin de semana, nadie se jugaría su jornal a que la carrera se disputase en condiciones que no fueran las de seco. Y Valentino Rossi, a 30 kilómetros de su casa, aparece con una indumentaria para la ocasión que levantó la sospechas de más de uno. A saber, un casco especial, donde en la parte delantera se deja ver un pequeño pececillo feliz a cuya espalda se asoma un hambriento tiburón. En el lado trasero, tres pequeños perritos ataviados con ropa y utensilios de buzo. Y para más inri, Yamaha le ha puesto en los costados del carenado dos aletas de tiburón que parece mejorarán la aerodinámica de la moto. Jorge no las lleva. ¿Y si Rossi ya sabía que iba a llover?

Parte delantera del casco de Rossi
14:00, arranca la carrera, primeras gotas de agua en el asfalto y bandera blanca en pista. Los pilotos pueden entrar cuando les plazca para cambiar a una moto que les está esperando, ya preparada con los reglajes para mojado. Pasan las primeras vueltas y el chispeo es minúsculo y en pequeños tramos del circuito. Con todo, los primeros pilotos se aventuran al cambio. Son los del paquete trasero, los que no se juegan nada, aquellos que tienen poco que perder y mucho que ganar con un golpe de lotería. Pedrosa tiene un susto, pasa de seguir la estela de Rossi (tercero, en el mismo grupo con los tres españoles) a luchar con el grupo de detrás, a varios segundos de la cabeza y más de uno se plantea entrar. Lo hacen todos menos cinco. Lorenzo, Márquez y Rossi. Los otros dos no importan. O eso se pensaba.

Cambian de moto adelante y sólo dos auténticos locos deciden no entrar. Uno es Scott Redding, que tiene una salida de pista, se clava en la grava y besa el suelo. Carrera terminada en el 99,9% de las ocasiones, pero no hoy. El otro es Bradley Smith, otro británico, que lidera la carrera por un suspiro. Ahora sí, se ha desatado el vendaval y el compañero de equipo de Pol Espargaró empieza a perder posiciones de forma insostenible hasta ponerse último, detrás de su compatriota Redding.

Parte trasera del casco de Rossi
Se escapa Rossi, la lluvia le viene como anillo al dedo, esas aletas que nada tienen que ver con el agua le ayudan en su navío por el mar y pone su lancha a punto para sacar más puntos a un Jorge Lorenzo en esta regata por el campeonato. Pero la pista se seca. Toca volver a entrar. Y lo hacen todos, o casi todos. Porque Lorenzo aguanta, también Rossi. Se calcan la estrategia pese a que en el box su equipo se desgañita y no saben de qué forma marcar en la pizarra que entren a cambiar. Lo hacen. Jorge primero, Rossi después. Una vuelta de diferencia que le cuesta al italiano unas pérdidas cerca de seis segundos, mientras otros pilotos ya están delante, con Márquez en la cabeza. Su estrategia parece haber fallado. Pero no. Justo cuando Rossi se reincorpora, Lorenzo va al suelo. En realidad, el 46 sí se ha equivocado, porque marcha sexto (quinto tras la caída de su compañero) y la carrera se le ha ido por dos vueltas. Márquez es líder, ¿pero quién va detrás?

Y es que los que acompañan al catalán en el podio son dos británicos. ¿Os suena? Uno no ha pasado por los boxes en toda la carrera, mientras que el resto de pilotos lo ha hecho dos veces. Se llama Bradley Smith, que celebra como un loco su éxito a la entrada en meta. Ha bailado con zapatos de seco toda la carrera en el asfalto más mojado. Ha ido con tiento, ha visto el suelo de cerca demasiadas veces pero ha mantenido la compostura. En dos ocasiones ha hecho el ascensor, pues ha pasado de liderar la carrera hasta la última plaza para volver a pasar por todas las posiciones hasta coger ese segundo lugar del cajón. El otro se había caído al principio. Es Scott Redding, que mete en el zurrón su primer podio en la máxima categoría. Todo tras haber caído en el inicio de la carrera. Rossi termina quinto, dobla la ventaja que tiene con Lorenzo en el campeonato y sale de su casa como el gran vencedor. Con el 46, todo Vale. 

martes, 8 de septiembre de 2015

NBA con dos raquetas

Campaba a sus anchas Kevin Anderson sobre la pista dura de la Louis Armstrong ante un Andy Murray que se tambaleaba, que no se sostenía en pie y al que la cara de póker recordaba a una de esas tardes aciagas del escocés donde no le salía nada. El sudafricano se imponía por dos sets a cero y parecía cuestión de tiempo el pasar a semifinales ante un Murray descompuesto. Hasta que recordó que estaba en Estados Unidos, en el US Open. En Nueva York, al fin y al cabo. Recordó al mejor Roddick y se vistió de él, hasta la gorra le acompañaba y su reconquista del partido empezó por meterse la grada en el bolsillo.

Al arranque del tercer set inició un encuentro, nuevo, se olvidó de sus quejas, dejó a un lado los juramentos en hebreo y trató de remontar un partido adverso como ya hiciera en segunda ronda ante Mannarino. El público, hasta entonces aburrido, acabó encontrando el gancho del británico. Callados como en el cine, entre las miles de personas que se daban cita en el estadio era mayoría aquella que trasteaba con el móvil que la que de verdad veía el partido. Pero Murray lo convirtió en circo. Hizo de cada punto un Tuchdown en fútbol americano, festejó con los presentes que también eran parte de sus derechas ganadoras y no dejó ni un momento de dedicar (y señalar) a aficionados al azar como si fueran su novia o su entrenador.

Los presentes apagaron sus teléfonos y se pusieron en plan Americano Mode On. Convirtieron el US Open en la Copa Davis y se posicionaron del lado de la tercera raqueta del torneo. Y son especiales, claro que lo son. Buscan espectáculo más allá del deporte, quieren ser partícipes del gran circo que se monta y Murray se lo dio. Más lejos de los banales 'Go Andy' que salen de las gargantas del graderío en cada torneo, los yankees adaptaron sus mejores bandas sonoras como si de un partido se tratase. Empezó a retumbar entonces el 'Let's Go Andy' de forma melódica, como si lo hiciera el organillo de un pabellón de baloncesto y la pista central se acabó convirtiendo en el Madison Square Garden. 

Hasta el punto que la angelical Kim Sears se convirtió en una más y el protagonismo de las cámaras empezó a percatarse de que justo detrás de ella estaba sentado Frank Lampard. Ahora sí, ya estaban todos. Murray, un winner detrás de otro, se llevó la tercera manga y tuvo tiempo para dedicar cada punto con cada uno de los espectadores (chocando incluso la mano con alguno), que rompiendo las leyes del tenis, las escritas y las no redactadas, se levantaba a mitad de un intercambio de golpes intenso, se cambiaba de asiento cuando no había descanso. El ojo de halcón parecía la Kiss cam y entre set y set seguro que se propuso improvisar unas canastas para que alguien saliera con un trampolín a hacer unos mates. Faltaban las palomitas, los manos gigantes con el índice estirado y un tipo de gorra roja vendiendo perritos por las escaleras. Llegará, claro que llegará. Mientras, el escocés, atento en todos los detalles, sólo dudaba si ir o no a abrazar a los jueces de línea para metérselos también en el zurrón. Nunca ha estado Andy tan motivado, nunca ha sido más saltarín, nunca ha sido partícipe de tantos focos. La adrenalina a borbotones.

Pero Anderson no era Mannarino. Puso resistencia con un juego de fondo de pista notable, un juego en la red sobresaliente y un saque no sólo difícil de restar, sino de ver. Con más de 20 aces en sólo cuatro sets hizo un espejismo la remontada de su rival. Se decidió, eso sí, por Tie Break, pero en el desempate no hubo rival. Un primer error del escocés con su servicio acompañado de la retención del saque del sudafricano puso todo cuesta arriba hasta el momento de llegar a las seis pelotas de partido. Y el público, que llevaba cuatro horas apoyando a Murray, se olvidó de la condescendencia, de la fidelidad y recordó a todos que ellos están ahí para formar parte del espectáculo. Y es que los espectadores, que se habían olvidado del asiento hacía un buen rato, celebraron la victoria de Anderson como si hubieran pasado la mayor parte de su infancia en el mismísimo Johannesburgo

Andy Murray / REUTERS


martes, 1 de septiembre de 2015

Dani Carvalho, cuando el fútbol no lo es todo

Se suele decir que un futbolista pasa por su mejor etapa a los 27-28 años. Es el momento en el que mezcla la experiencia suficiente con una plenitud física y unas pequeñas dosis de madurez que, aunque luego va en aumento, es inversamente proporcional a las condiciones a las que el cuerpo te permite rendir en todo su esplendor. Siempre decía Jorge Valdano que el fútbol era "la cosa más importante de las cosas menos importantes". Para Dani da Cruz Carvalho (noviembre de 1976) fue siempre más lo segundo que lo primero.

Hoy, este portugués nacido en Lisboa tendría 38 años y bien podría seguir dando patadas al balón. Muchos lo hacen. Algunos deciden emigrar a ligas exóticas como Catar, la India o Estados Unidos. Otros se quitan el gusanillo con el fútbol sala o el fútbol playa. Algunos se retiran del profesional y se dedican a jugar en amateur. Sin duda, la clase innata de Dani le habría permitido jugar hasta la vejez sin siquiera mover su cuerpo, sólo con un gesto de tobillo. No es el caso y es que precisamente Dani Carvalho hace ya 11 años que dejó el fútbol, cuando sólo tenía 27.

Dani, con Portugal Sub 20, en semifinales ante Brasil
Se iba a comer el mundo. Nadie dudaba de ello. Nunca han disfrutado en el Sporting de Lisboa de una zurda igual, y eso que fue un visto y no visto. Carlos Queiroz le hizo un hombre con sólo 17 años y le puso al lado de figuras como Figo en la primera plantilla para los partidos de Copa y alguno de Liga. Su impacto fue tal que con sólo 17 años y 204 días debutó con la selección absoluta de Portugal, batiendo un récord que aún posee y que, de momento, parece difícil alguien bata. Aquel mismo verano, el imberbe Dani, aún menor de edad, se marchó con la Sub 20 a Catar para intentar llevar el título a casa. En una selección un pobre nivel en la que sólo Nuno Gomes llegó al primer nivel como profesional, Dani se erigió como auténtico líder. Hizo lo que quiso, campó a sus anchas y llevó a los lusos hasta un magnífico tercer puesto, venciendo a la España de Raúl, Salgado, De la Peña, Etxeberría y Morientes en la final de consolación.

Hizo cuatro goles en la cita, cada cual mejor que el anterior. Para el recuerdo, una maravilla ante Argentina (que a la postre sería campeona y que sólo perdió ese partido) en fase de grupos, otro de bella factura contra Honduras, uno de córner directo ante Holanda (minuto 1.20 en este vídeo), donde también dio una pilla asistencia en un saque de falta, y un último de clase total ante España, picando la pelota ante López Vallejo, que igualó aquella final de consolación. 

Fue Bota de Plata del torneo y acabó elegido como segundo mejor jugador del evento y siempre se dijo que de haber jugado, al menos, la final, nadie le habría arrebatado el segundo trofeo. Regresó a Portugal como héroe y el Sporting, que decidió vender ese verano a Figo al Barça, le nombró sucesor y líder del vestuario cuando ni siquiera había cumplido la mayoría de edad. Las expectativas estaban muy altas en un crío que con sólo 17 años iba a empezar a ver el final de su carrera deportiva cuando en realidad ni la había empezado.

Dani era elegancia pura con el balón. Conducciones de zancada larga equiparables a las del mejor Kaka (el de su primera etapa en Milan), regates imprevisibles que hoy aún no se han vuelto a ver sobre el césped, salida por los dos costados, improvisación, una facilidad para la definición sólo al alcance de los mejores killers y un remate de cabeza notable, quizás lo que más llamaba la atención para un jugador de sus características, tan frío como fino. Pero la fama le jugó una mala pasada. Entró en el mundo de la moda y compaginó pasarelas con entrenamientos. A veces en ese orden. Se prometió a sí mismo aprovechar de la vida nocturna de Lisboa, y es que pese a no tener siquiera la edad para entrar en varias discotecas, su cara y su carnet de futbolista le abrían las puertas de cualquier sitio. Era un honor tener al niño bonito de la selección pasando un buen rato en tu local.

Dani, con el West Ham
Sus primeros contactos con los excesos le llevaron a su primer gran revés. El Sporting, buscando educación y una carrera enderezada, le envió en enero al disciplinado fútbol inglés, a que un entrenador de armas tomar como Harry Redknapp le hiciera un hombre maduro en su West Ham. La bienvenida del técnico inglés no pudo ser más calurosa, pues tras el primer entrenamiento, no se escondió: "Dani es tan guapo que no sé si ponerlo a jugar o follármelo", señaló literalmente el entrenador. Sin saber lo que le esperaba, Dani, creyéndose dueño del mundo, no cejó en su empeño por disfrutar cuando la luna asomaba. Su rendimiento en una plantilla donde estaban Peter Shilton, Río Ferdinand o Frank Lampard fue notable en lo poco que pudo demostrar. Y es que, en su enésima salida nocturna, Dani tuvo un pequeño gran percance. Se dejó ver y fotografiar. La fiesta había sido tan fuerte que al día siguiente no acudió a entrenar. Cuando Redknapp se enteró de los motivos de su ausencia y vio las fotos lo despidió de inmediato. También se lavaron las manos en Lisboa, donde tras varios avisos, decidieron dejar marchar a su gran perla. De nada sirve jugar bien con los pies si no lo haces con la cabeza.

Lejos de volver avergonzado o con el rabo entre las piernas, el portugués aprovechó al máximo sus días libres, esperando a que su representante le buscara el destino mejor. Cuando le hablaron de la posibilidad de jugar en el Ajax, a él sólo se le pasó por la cabeza la oportunidad de vivir en Ámsterdam. Y claro, ni se lo pensó. Van Gaal, un enamorado de los chicos jóvenes, pensó que podría recuperar al portugués y convertirle en la estrella mundial que sus pies sabían que podía ser. Nunca congeniaron y sólo la salida del holandés del equipo con destino Barcelona permitió que Dani se quedara en el Ajax. En Holanda mostró un gran nivel en los 4 años que estuvo. Aunque, para ser su primera gran experiencia con continuidad, fue bastante intermitente. Alternó verdaderas exhibiciones con partidos en los que ni siquiera entraba en contacto con el juego. Claro, que ¡Ay cuando esa zurda de seda tocaba el balón! Entonces se hacía la magia.

Bien lo saben en el Calderón, pues un gol de este Adonis del fútbol, de los que se preocupaba más de atusarse el pelo que de ponerse las espinilleras, echó al Atlético de Madrid de la Champions League en los Cuartos de Final de la 96/97 con un soberbio gol desde lejos que aún escuece recordar en la ribera del Manzanares. Tanto que ocupa el mejor puesto en el Top10 de goles que siempre marcó el luso con la camiseta del Ajax según el propio club.

Tal fue su exhibición que el Atlético lo contrató en cuanto pudo. En el 2000 el Ajax decidió venderle y el Atlético, entonces recién descendido en Segunda División, lo intentó. A él le sedujo más volver a Portugal, en este caso al Benfica. De vuelta en su ciudad, recuperó el tiempo perdido con entorno de siempre, pese a que nunca había abandonado esa vida de excesos, y su nivel volvió a decrecer tanto que en 3 meses estaba puesto de patitas en la calle. Ahora, entonces sí, el Atlético lo contrató. Llegó recomendado por Paulo Futre, histórica estrella del club y a él le encantó la idea de compartir vestuario con su compañero Hugo Leal, otro talento desaprovechado.

Dani, en su primer año de rojiblanco
En el Atlético se convirtió en un jugador supremo, a ratos. Dani se hizo más grande jugando con los pequeños y, tras dos años de intentos, aportó su granito de arena para devolver al club rojiblanco a la Primera División. Pero con los más grandes, fue él quien se hizo pequeño y en la máxima categoría su presencia fue testimonial. No llegó a contar, pese a haber sido un jugador más que importante en Segunda con el mismo entrenador, Luis Aragonés. Y ahí acabó su carrera. Terminó contrato con el Atlético y nadie quiso ficharle. Tampoco él mostró empeño en encontrar equipo. Se dedicó a las pasarelas más que nunca. Un futbolista con gesto de niño guapo, niño bien y niño mimado que en realidad nunca quiso triunfar en aquello del balón. Jugaba porque se le daba bien, porque le abría las puertas del mundo, le daba las llaves del universo y le conseguía lo que una vida terrenal no le habría dado. Pero no porque le divirtiese. Dani, que se había prometido aprovechar la fugacidad de la vida en su juventud, no podía desperdiciar tiempo con entrenamientos, concentraciones y restricciones porque su entrenador se lo ordenase. Había llevado una vida loca como futbolista que le había hecho padecer lesiones musculares (mala alimentación, excesos con la bebida, falta de puesta a punto...) y al fin tenía ante sí la oportunidad de dejar su sufrimiento para vivir sólo del placer.

Y aunque como futbolista se vivía bien, porque se cobraba bien y a él le habían mimado más que al resto por su zurda de museo, no le molestaba el hecho de no tener nunca más que preocuparse por levantarse e ir a entrenar. Tenía sólo 27 años. "Si llega una oferta brutal bien, y si no, a vivir", debió pensar. Tan montaña rusa era su vida que en febrero de 2004 llegó a ofrecerse en público a los equipos para sólo una semana después oficializar su retirada. Le contrataron para ser presentador de televisión. Siempre tuvo el porte, se desenvolvía bien ante la cámara y en Portugal encontraron un hueco para que desmembrara los entresijos de los vestuarios poco antes de la Eurocopa que se celebraría en el país luso. Hasta que pasó la fecha y este guapo con cara de telenovela dejó el fútbol hasta por televisión, aunque siguió ligado a la pequeña pantalla en otras temáticas.

Y eso fue Dani Carvalho, una fugaz carrera, meteórica, que lamentablemente no pudimos disfrutar al máximo. Porque él quiso. Su zurda, probablemente, hoy tendría calidad suficiente para seguir jugando a un bajo nivel. Sus pases eran caramelos. Cada zancada suya era elegancia, arte, una escultura en movimiento. Dani bailaba con la pelota en los pies, regateaba de una forma que aún, hoy en día, no se ha vuelto a ver. Escondía el balón como pocos, ideaba como ninguno, improvisaba cuando quería y nunca defraudaba. Pero no se divertía. No le apasionaba dejar rivales a su espalda con un cambio de ritmo, no disfrutaba cuando, con un movimiento con el cuerpo, la cintura de su par se partía en mil pedazos. Tampoco cuando picaba el balón por encima del portero, cuando rozaba con su bien más preciado el balón de espuela o de exterior. Dani era poesía dentro del campo, rock 'n roll fuera de él. Un mediapunta de dibujos animados que nunca quiso ver su nombre reflejado en los mejores créditos de la historia. Muchos dicen que Guti habría sido uno de los mejores jugadores de la historia si él hubiera querido. Ellos no conocieron a Dani Carvalho.