lunes, 30 de mayo de 2016

Yo ya no quiero ganar la Champions


Han pasado ya más de dos días desde aquel tiro al palo de Juanfran. Pena máxima. Nunca un nombre hizo mayor honor a su significado. Todavía no he podido ver ni un resumen del partido. No me lo ha permitido ninguno de mis sentidos. Eso no es sorprendente si ponemos en perspectiva que tampoco he sido capaz de rememorar nada de Lisboa. Apenas me enteré ayer por la noche que el Real Madrid había celebrado el título de madrugada, horas después de la final.

No sé muy bien por dónde empezar. Estoy cansado, destruido, destrozado, pero al menos he conseguido salir del encierro de la oscuridad de mi habitación. El alma se me rompió en mil pedazos y va a ser muy difícil curar una herida que, mucho antes de estar siquiera cicatrizada, se ha vuelto a abrir con una dimensión aún mayor. Quería esa copa. La necesitaba. Por mí, por mi padre y hasta por mi hermana, que sólo ve los partidos importantes. También por mi abuelo, que no la pudo ver ganar hace más de 40 años, que murió un año después del Doblete y que se fue allí arriba sin estar completo, sin sentirse realizado. Por esos álbumes de cromos que me hacía cuando era pequeño, siempre pegando con más cuidado, precisión y amor aquellos que iban con jugadores vestidos de rojo y blanco.

Si fuera de un equipo por los títulos que gana, no sería del Atleti. Y nunca deja uno de creer. Pero cuando estás tan cerca de tocar el cielo, todo eso queda en palabrería barata, porque sólo quieres la copa. Y mira que es fea, porque la Copa del Rey o la Liga son más bonitas. Hasta la Europa League. Empiezo a pensar que de verdad hay algo ahí arriba que no quiere que el Atlético sea campeón de Europa. Y ya no es que no quiera, sino que además es antiatletista, porque la Copa de Europa está gastando con nosotros la broma más macabra de la historia del fútbol. Que se puede perder, pero ya no es el qué, sino el cómo. Que el guion lo ha escrito alguien que de verdad no tiene corazón, o que sí lo tiene y odia mucho. Un sádico sanguinario a la altura de los mayores villanos de la historia cuyo maquiavélico plan están saliendo a la perfección. No hay otra. Porque hace casi medio siglo nos arrancaron una que era nuestra con un disparo desde Baviera en el último minuto. Y eso tan doloroso se quedó en nada cuando Ramós cabeceó en Lisboa en el 93. El eterno enemigo, en el último minuto. ¿Podía haber algo más cruel? Milán nos demostró que sí, que se podía. No podía haber ganado el Madrid con un contundente 4-0, sentenciándolo desde el primer tiempo, no. Porque después de ir a remolque todo el partido y empatar, insuflando ilusión, se perdió en los penaltis. Y tras fallar uno durante el partido. Y con gol rival, encima, ilegal. No sé si quiero llegar a otra final de Champions. No se me ocurre un escenario más cruel que este, pero lo hay. Y seguro que ahí arriba hay alguien redactándolo por si se nos ocurre seguir molestando.

En realidad no queremos esa Copa. No nos representa. Tan grande y tan lujosa, con tanto significado. Pero es que es fea. ¿Quién quiere algo tan horroroso? Si es que hasta nos están haciendo un favor. Quedaría fatal en nuestro museo, expuesta entre las Ligas y Copas del Rey que tanto nos costó ganar, entre las Europa League que tanta ilusión nos dieron. Esas sí que son bonitas. Que creemos que la queremos, pero en realidad no. Porque igual ahora empezamos a ganar y nos transformamos, y nos convertimos en algo que no somos. Quita quita. Por ahí si que no paso. No queremos baratijas de lata. Y si por algún casual ganamos una sin querer alguna temporada, espero que desde el club decidan exponerla en los baños, que se caen a cachos. Ese debería ser el lugar menos malo por si alguien, por accidente, se cruza con ella. Yo la necesitaba el sábado. Y mucho. Pero ya no.

Hace dos años, cuando se conquistó la Liga y, gracias a Dios, nos arrebataron la Champions en el último minuto, pensé que había sido un milagro irrepetible. Una campaña de lucidez, aprovechando los fallos de los demás y siguiendo bien rectos sin salirnos de nuestro raíl. Un Cometa Halley. Había sido maravilloso volver a ser grandes, pero la sensación era de que nunca más iba a ser posible, sobre todo luchando en el mismo campeonato que dos titanes. La misma intuición que tuvieron los Miranda, Filipe o Tiago, que entonces pidieron salir. La de que con la mitad de esfuerzo se podría conseguir la misma recompensa. Porque aquí las cosas nos cuestan el doble para tener la mitad de reconocimiento.

Entonces Simeone demostró que los eclipses se pueden dar todos los días, que las ranas pueden criar pelo y que si se lo propone, algún día abrirá las aguas. O caminará sobre ellas con el Mono Burgos a cuestas. Más difícil casi lo segundo, lo del Mono, pecata minuta al lado de los mares. Ganó una Supercopa de España, otra vez contra el de siempre y ahora, con un equipo que hacía aguas por todas partes, en un año de transición y sin delantero centro toda la temporada, peleó la Liga hasta la penúltima jornada y se plantó en la final de la Champions que afortunadamente volvimos a no ganar.

Porque mientras unos sacaban a Ribery, Muller, Coman o Isco desde el banquillo, guardándose a James Rodríguez o Thiago, nosotros teníamos que conformarnos con que Thomas nos resolviera la papeleta. O al menos no metiera la pata, que ya era suficiente. Porque mientras unos contaban con Suárez, Messi, Neymar, Cristiano, Benzema o Lewandowski, nosotros hemos tenido que tirar toda la temporada con un Fernando Torres en decadencia que ha tenido un final de temporada lúcido, como una traca final antes de su consumición definitiva como futbolista. Los últimos coletazos de una carrera magnífica. Y eso es un milagro.

Cómo lloraba el propio Fernando Torres, fruto de lo cerca que había tenido algo que no quería. Puede que fuera un llanto de alivio, de alegría. Lo mismo que un Gabi que volvió en silencio al equipo de sus amores para convertirse en el mejor capitán de la historia del club. En uno de los mejores centrocampistas del mundo. Puede ser más o menos vistoso, pero es el pulmón y el timón de uno de los equipos que ha logrado más hazañas en la historia del fútbol. Si jugara de azul Leicester en vez de rojo y blanco sabríais a lo que me refiero. Y se le caían las lágrimas más que a ninguno. Lógico, es quien lleva el brazalete. Iba a tener que ir él sólo a levantar ese botijo plateado con dos asas que encima pesa un montón. Menos mal que falló Juanfran.

Gracias Juanfran. Eternamente agradecidos. Si hubieras marcado ese gol y por algún casual, hubiéramos ganado la copa, habríamos tenido que pasearla de madrugada por las calles de Madrid, diciéndole a todo el mundo que somos el mejor equipo de Europa, los más guapos y los más fuertes. Y ese no es nuestro estilo. Dicen que se acercó a pedir perdón a la afición cuando acabó el encuentro. No sé si es que no vimos el mismo post-partido. Eso está claro, porque yo no lo vi. Pero estoy seguro que Juanfran se fue a dar un baño de masas ante la gente que le idolatra, erigiéndose como el héroe que fue el sábado. Como el chamán sabio que predijo lo que pasaría. "Le digo a la afición que esté tranquila, que volveremos a jugar una final de Champions", dijo hace dos años. Y lo clavó. Posiblemente eso era lo que estaba gritándole a su hinchada, que le coreaba agradecida.

La cicatriz sigue y seguirá abierta. Posiblemente nunca cierre, aunque sí se pueda intentar ocultar. Pero siempre estará ahí. Ayer tuve una sensación agria, la de que todo había sido cuestión de suerte. Otro Cometa Halley (¡cuántos pasan estos años!), otra hazaña irrepetible que no se volvería a dar. Había sido bonito volver a ser grandes. Un sentimiento alimentado por las propias declaraciones de Simeone y su futuro incierto. Porque siendo francos, sin el argentino nada de esto habría sido posible. El Cholo se irá, antes o después. Puede ser mañana o puede ser en 10 años. "Que Dios te devuelva todo lo que nos diste", rezaba una pancarta en el fondo sur del estadio el día de tu despedida como jugador. Ahora sabemos que es imposible generar tanto de vuelta, porque ni si quiera alcanzamos a conocer la magnitud de dónde nos has llevado. Y sobre todo porque el cabrón de ahí arriba hemos quedado en que es antiatletista. Y no sé cuál será el día, pero estoy seguro que dejará todo amarrado y bien atado, que el testigo lo recogerá Gabi, o Tiago, o el Mono. O una suma de todos que harán que su espíritu no se pierda. Y no será lo mismo, pero se le parecerá bastante. Porque igual que se conoce el legado de Cruyff y Rinus Michels, el Manchester de Ferguson, las aventuras de Brian Clough en Derby County y Nottingham o el Liverpool de Paisley, dentro de 40 años se recordará al Atlético de Simeone como un equipo único, revolucionario, titánico. Se estudiará en los libros de táctica deportiva.

Qué jodido es el Atleti. Te hace creer, te ilusiona, te desgasta para matarte cual Truman Capote, a sangre fría, cuando vas a cruzar la línea de meta. Te da la vida que tantas veces te quita. Te hunde en la miseria porque no es sólo fútbol, aunque así lo vendan quienes no lo siguen, no lo entienden y no hacen el esfuerzo de empatizar. Porque conozco gente que no sabe lo que es un fuera de juego que mataría por unos colores. Porque mi abuela me llama cada tarde de victoria para contarme cómo ha visto el partido y preguntarme qué haremos en cada competición. Y porque su mayor tristeza es que sus rodillas, que no le permiten casi caminar, no le dejan acceder al estadio donde compartió tantas tardes. Ya sean de gloria, ya de tristeza. Y mira que es puñetero ese equipo que va de rojo y blanco. Droga dura de las que deberían prohibir. Un vicio incontrolable. Pero ni te planteas dejarlo. Dejas el alcohol, dejas de fumar. Pero nunca dejas el Atleti. Cambias de orientación política, cambias de amigos, cambias tu pareja y hasta te peleas y tienes desencuentros con tu familia. Nunca cambias el Atleti.

Y es ahora, cuando más hundido estoy, pocas horas después de que una señora a la que no conozco de nada en el metro me preguntara si me podía ayudar tras verme llorar de manera repentina e incontrolable, cuando sé que vamos a ganar esa baratija de copa. Porque Juanfran es mi chamán y ya pronosticó que jugaríamos otra final, pero nunca dijo el resultado. Pero ahora se ha desdicho y ha corregido que será Gabi quien la levantará para que todos lo veamos. Hasta mi abuelo, que siempre sentado, ya estará cogiendo sitio en el Neptuno del tercer anfiteatro.



Porque la copa es el trofeo. El título es ser del Atleti. Porque nunca vamos a dejar de creer. Porque si bajamos al infierno para pintarlo a rayas, y si lo hicimos cuando peor estabas, ¿cómo no vamos a hacerlo ahora que has rozado la gloria? Porque si se cree y se trabaja, no siempre se puede, pero son las únicas armas posibles para quienes no tienen donde elegir, para quienes no conocen otros valores. Porque prefiero mil derrotas contigo que una victoria sin ti. Porque alguna vez, todos nosotros fuimos conocidos como 'el del Atleti' en el colegio. Porque te sabes la alineación del Doblete de carrerilla. Porque siempre, y siempre es siempre, miraste el calendario para ver si jugabas ese día en el que tenías un compromiso importante o tus amigos estaban proponiendo algún plan. Porque el esfuerzo no se negocia. Porque no sabemos por qué somos del Atleti. Porque somos partido a partido. Porque eso que está usted pisando es el escudo del Atlético de Madrid y tal. Porque no lo puedes entender. Porque ya nos lo dijo El Pechuga: 'Yo no entiendo mi vida sin haber sido del Atlético de Madrid'. Porque el escudo es por dentro. Porque contigo hasta el final.

Pues eso, el Atleti.






No hay comentarios:

Publicar un comentario