viernes, 25 de marzo de 2016

Favoritos a nada



Desde hace un cierto tiempo, no me alegro tanto con las victorias de España. Ya no es sólo el hecho de no sentir entusiasmo al ver a la Roja ganar sus partidos, sino que llega un momento, en que cuando las tremendas, aunque negativas, predicciones que uno ha hecho se cumplen, se llega a sentir un poco de satisfacción personal. Incluso aunque éstas no sean positivas. Digamos que, de algún modo, esta selección española no me representa. O al menos no todo lo que debería. No comulgo todo lo que lo rodea. 

Porque claro que me alegré con los títulos europeos y el Mundial. Era de los pocos que intuía que algo se estaba gestando, cuando allá por 2007 llegué a apostar con quien entonces era profesor mío a que nos llevaríamos el trofeo de Austria y Suiza de 2008 que nos catapultó para lograr el Mundial de Sudáfrica dos años después. Y hasta que llegó el verano de 2008 y aquel gol de Torres, digamos que fui el hazmerreír de todos los que estuvieron presentes durante mi órdago. Porque no olvidemos, hubo un tiempo (hace sólo ocho años) en el cual pasar de cuartos de final era tan título como utopía

Y el problema está ahí, cuando no recuerdas de dónde vienes y te crees mejor que los demás. Porque del 'vamos a soñar que podemos hacerlo' hemos pasado al 'vamos a hacerlo porque somos los mejores y nadie nos puede ganar'. Porque del 'Podemos', donde una nación entera se unió buscando un objetivo común, pasamos a la prepotencia. 

España nunca ha sido favorita a nada y hasta hace ocho años en el palmarés sólo podíamos enorgullecernos de una Eurocopa ganada hace más de medio siglo ya. Hasta 13 países tenían sus vitrinas más llenas que las nuestras. Trece, que se dice pronto. Y eso lo hemos olvidado hasta el punto de llegar a oír que esta España es la mejor selección de la historia, el mejor combinado de todos los tiempos. Cierto que es el único equipo que ha sido capaz de ganar tres grandes trofeos consecutivos, pero eso, creemos, nos ha convertido en invencibles.

Para ganar un gran torneo hay que tener suerte. Mucha suerte. Y también olvidamos que, si no hubiéramos tenido un poquito de ella de nuestra parte, podríamos haber caído en cualquiera de las citas. Porque el Mundial de 2010 lo comenzamos con el pie izquierdo, porque en octavos, a Portugal la doblegamos con un tanto que, de haber sido en contra, habríamos reclamado fuera de juego; o porque sólo evitamos la tanda de penaltis contra Holanda por tres minutos. Y porque Casillas quiso que así fuera. Ni hablar de la Eurocopa de 2012, cuando Croacia nos tuvo contra las cuerdas durante los 90 minutos y nos metió más miedo del deseado en el cuerpo hasta el punto de casi echarnos en la fase de grupos. O los penaltis contra Portugal en cuartos, la reedición de la tanda contra Italia cuatro años antes.

Es por eso que, desde que nos creemos en el Olimpo, no hemos hecho más que llevarnos batacazos cuando la fortuna no ha acompañado, que no puede ser siempre. España, cansada de levantar títulos en esta última década, no mira los errores para corregirlos, sino que los esconde debajo de la cama. Y claro, en el Mundial de Brasil, a mamá Holanda y mamá Chile les dio por rebuscar bajo el colchón. Y nos pusieron la cara colorada. 

Anoche sin ir más lejos, nos medimos a una Italia que nos mejora en palmarés y nos duplica en historia, por no hablar de competitividad. Una Italia C, por cierto, a la que le faltaban más de siete titulares por lesión. Y los ninguneamos sin ningún complejo en las previas y durante los primeros minutos. Y sin ningún remordimiento creyéndonos superiores a ese combinado que ha demostrado, año tras año, que compiten mejor que nadie. Y pasó lo que tuvo que pasar. Que pese a tener mejores jugadores, ellos fueron los vencedores morales del partido. Que fueron muy superiores durante la hora y media de juego y que sólo el buen hacer de De Gea nos libró de salir con un buen rosco de Udine. 

Y lo peor que le pudo pasar a España es no haber perdido. No haber caído para saber que hay errores, que hay que corregir cosas para salir adelante. No hacer hincapié, ni siquiera mencionar, que el gol de Aduriz (única vez que se llegó a la portería rival) fue en claro fuera de juego. 

Y es que ni siquiera el batacazo que nos dimos hace dos años en Brasil nos ha hecho darnos cuenta de que no somos invencibles. De que somos grandes por presente pero no por historia. De que en este del fútbol, cualquiera puede ganarte. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Qué tiene el Dortmund de Tuchel?

Thomas Tuchel, en un entrenamiento / DEFODI
Thomas Tuchel seguía fielmente los pasos de Jurgen Klopp en el Mainz, ¿Por qué no iba a funcionar entonces en Dortmund?. Tras siete años en el banquillo de Westfalia, el divorcio entre Klopp y el Borussia era una situación tan conocida como necesaria. Hay veces que la goma, por mucho que se estire, no da más de sí. Incluso aunque ese largo sea muy profundo. La ruptura, consentida por ambas partes y reconocida como idílica, traía entonces un panorama oscuro tanto para el técnico como para el club. ¿Quién llegaría al banquillo del Signal Iduna Park? ¿Hacia dónde iría el técnico de las gafas y la gorra?. Jurgen se tomó un año sabático y el Dortmund decidió por repetir la fórmula que tanto éxito había dado: firmar a un técnico que lo había hecho de forma sensacional con el Mainz.

Aunque existan matices que ayuden a la comparación, Tuchel y Klopp son radicalmente opuestos. En un año que se imaginaba de desbandada para el club amarillo, Thomas consiguió calmar las ansias y, tras hablar con los capos del vestuario, logró recuperar la ilusión de una plantilla sabedora de que deberían hacer todo perfecto y rezar para que su rival, el Bayern de Múnich, no se coronara en la Bundesliga. Así, cuando se pregunta a Hummels, Weindefeller o Reus por qué no salieron este año del Borussia, la respuesta siempre es la misma: Thomas Tuchel.

Así, con la base del Dortmund de Klopp como cimiento fuerte, Tuchel comenzó a dotar de su propio sello al Borussia, igual que hiciera con el Mainz. Curiosamente, allí adquirió ciertos vicios casi excéntricos que ahora exporta a los clubes allá donde va. Uno de ellos, quizás el más curioso, tiene lugar en las comidas. Cuando la plantilla se concentra, bien en pretemporada o bien antes de los partidos, tienen como obligación comer todos juntos, en un banquete que dura cerca de tres cuartos de hora y nadie empieza hasta que el propio Tuchel da el pistoletazo de salida: "Buen provecho". Adquirió esa manía en las primeras semanas en Mainz. "Me daba cuenta de que cada uno iba a su aire. No había empezado con el primer plato cuando la mitad de la plantilla ya se había levantado de la mesa". Una forma para unir a los jugadores y disfrutar de la convivencia, entablar lazos que luego se proyectan sobre el campo. 

Tampoco existen hoy en Dortmund los saludos extravagantes o informales. Nada de '¡Ey tío!'. Desde que Tuchel está en el banquillo, es obligatorio un fuerte apretón de manos mientras se mira a los ojos al compañero al que se saluda. Jugador retirado a los 24 años por una lesión de rodilla, Tuchel comenzó rápido su carrera como entrenador. Cierto es que acudió a la universidad sin éxito, matriculándose hasta en dos disciplinas distintas, pero acabó decantándose por el fútbol y los banquillos. Graduado como el primero de su promoción en el curso de entrenador de todo el país, sus técnicas innovadoras gustaron mucho en la federación.

Una de ellas, quizás la más llamativa, es que nunca entrena en un campo de fútbol completo. Siempre existe algún componente que le hace variar la forma o las dimensiones del césped. Curioso fue el caso en sus primeros entrenamientos con el Mainz. Harto y cansado de pedir a sus jugadores que jugaran por el centro y no abrieran a las bandas sin éxito, decidió acortar el verde. Eliminó las bandas, cortando el campo como si fuera un diamante, obligando a sus jugadores a jugar en una dimensión totalmente nueva. Un juego que, por cierto, hoy despliega el Dortmund con gran maestría. Reus es mucho más peligroso tirando diagonales por el centro, asociándose con Kagawa. Ni hablar de Mhkitaryan. El mayor problema del armenio siempre fue su incapacidad para llegar a línea de fondo y su velocidad para jugar como extremo. Ahora, como falso jugador de banda, sus números mejoran, su juego crece. Los laterales, con campo entero para correr, disfrutan y llegan con peligro a los últimos metros.

Otro de sus entrenamientos más célebres sucedió nada más aterrizar en el Signal Iduna Park. Cansado de tanto fútbol, quizás, llamó a filas a sus chicos y se los llevó a practicar con el Alba Berlín de baloncesto en un entrenamiento conjunto en el que mezclaron de todo. Algunos protestaron, como el juvenil que le dice a su entrenador que no le gusta la parte física del entrenamiento porque eso es fútbol, no atletismo. Nombres propios como Subotic se rebelaron, pues nada tenía que ver aquello con el balompié. Nuevas 'formas de pensamiento' llama a ello Tuchel. Todos los deportes de equipo están conectados en algún momento y quería que sus chicos conociesen otras técnicas de trabajo, que viesen su deporte desde otro punto de vista. 

Este Dortmund se cimenta sobre un centro del campo fuerte y potente. El joven Weigl juega junto a Gundogan (en una versión muy notable) en un doble pivote. Mkhtaryan, Kagawa y Reus forman la línea de mediaspuntas. La posesión como fin a algo. El juego del Dortmund es rápido, dinámico, no más de dos-tres toques por jugador y buscar rápido la velocidad de un Aubameyang que está de dulce. 

Tuchel está escribiendo su nombre en el fútbol alemán y con algo de fortuna comenzarán a llegar los títulos para el Borussia. Sus métodos asombran a sus homólogos y se le ha considerado un revolucionario en los banquillos. Es uno de los favoritos para dirigir a la selección cuando se tenga que dar un relevo generacional. De momento, el Dortmund disfruta del nuevo ideólogo de los banquillos.