martes, 1 de agosto de 2017

Federico Chiesa, hijo de Enrico

Federico Chiesa / Gabriele Maltinti / Getty Images
Ser hijo de un futbolista que tuvo siempre el listón alto es un hándicap para aquel que se quiere ganar la vida con el mundo del balón. Seguir los pasos de un padre que fue uno de los delanteros más peligrosos del Calcio dos décadas atrás pone siempre al nuevo futbolista en el candelero de las críticas y su zona natural, hasta que el tiempo pasa para demostrar cómo es uno, es el ojo del huracán. ¿Será realmente bueno o estará ahí por enchufe?

Eso es lo que le ha pasado a Federico Chiesa (Genoa, 25 de octubre de 1997), hijo de Enrico, en su carrera hasta que hace un año Paulo Sousa le dio la alternativa y le hizo debutar con el primer equipo de la Fiorentina. Fue en la jornada inaugural de la Serie A, lo hizo como titular ante la campeona Juventus en un partido que siempre es especial para el club viola. Es el derbi de los derbis, si bien no regional o geográfico, sí en términos de rivalidad histórica deportiva. 

Federico cuajó una actuación tímida y sinceramente no destacó. Fue el damnificado y se quedó en la caseta de vestuarios en el descanso. No había sido un debut de ensueño, pero sí algo para al menos dar ese primer paso y romper el cascarón. Enrico Chiesa marcó goles allá donde fue: Parma, Sampdoria, Fiorentina, Siena, Lazio, Modena... Aunque fue en el equipo violeta donde logró su mayor cantidad de tantos y lo que es mejor, en menos partidos. Un ratio altísimo. Tampoco se quedó corto con la camiseta de la selección y logró ganar títulos con equipos no acostumbrados a ello. ¿Estaría su hijo allí solo por lo que fue su padre?

Por todo eso, Federico Chiesa tenía que hacer más del doble que los demás para tener menos reconocimiento. En el primer tramo de la temporada, Sousa le fue brindando pocos minutos. Para Navidad, su explosión fue tal, que se adueñó por completo de la banda derecha y mandó a un Bernardeschi que era dueño y señor de todo lo que se originaba en Florencia a la mediapunta. Los Federicos empezaron a hacer de las suyas y su asociación fue clave en una temporada que fue una montaña rusa y que salvó su binomio. Ahora, sin Bernardeschi, en Turín, sin Ilicic, en Atalanta, sin Tello, en el Betis y en una plantilla que se ha quedado coja, que ha perdido a todos sus puntales y que previsiblemente también prescindirá de Kalinic y Badelj, es el momento en el que Chiesa tiene que dar un paso adelante y ser el jugador diferencial. Difícil y quizás demasiada responsabilidad para un jugador tan joven. Pero son lentejas. No hay mucho más.

La situación le llega muy pronto, apenas con 19 años, pero su primer gran año en la élite invitan a pensar en lo mejor a título individual, toda vez que el equipo en su conjunto se cae a cachos y se debe preparar para un año difícil y peligroso. Federicho Chiesa es un jugador de banda, preferiblemente derecha. Es un extremo de los que ya no abundan, de los que tienen el desborde y el regate por bandera, de los que son capaces de acelerar siempre con una marcha más, de conducir la pelota con la cabeza gacha y levantarla solo en el momento decisivo. En cierto modo recuerda al Joaquín que despuntó en sus primeros años en el Betis. Ese desparpajo, esa facilidad para el quiebro en el uno contra uno y ese buen pie una vez llegado a línea de fondo. Por eso sufre y pierde potencial y peligrosidad cuando le ponen a pierna cambiada.

Es un fijo en el once titular de la selección Sub21 que llegó a semifinales el mes pasado en la Eurocopa de la categoría y de seguir con está progresión no deberá tardar en dar el salto a la absoluta. En la campaña que acaba de terminar, la de su debut, jugó 36 partidos repartidos entre Liga, Copa y Europa League, en los que marcó cinco goles y dio cuatro asistencias. Quizás es ahí, en términos numéricos, donde debería dar un gran salto para ser más influyente a la larga en el equipo que esta temporada entrena Pioli. Todo sería más fácil para él si se hubiera quedado Paulo Sousa, que tenía un sistema idóneo para él. Ahora, con el nuevo técnico, deberá ganarse los galones, nada sencillo para agradar a alguien que en su carrera ha demostrado tener cierta preferencia por la veteranía y los jugadores experimentados. Sea como fuere, Federico, hijo de Enrico, es a día de hoy la única esperanza de la Fiorentina y uno de los mejores proyectos que tiene el fútbol transalpino. Que no nos sorprenda si el verano que viene es protagonista de uno de los grandes culebrones. Esto va así.

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