lunes, 19 de octubre de 2015

Lorenzo Insigne: La lesión que le cambió la vida

San Paolo es un estadio que gana partidos. Nápoles, esa ciudad que vive el fútbol como pocas donde ser del equipo de la ciudad no se negocia. Ya afirmaba Callejón que "en Nápoles el fútbol es una religión". Da igual la edad o el sexo, pero cada napolitano vive por y para su club. Así lo afirman varios estudios realizados desde principio de siglo, que tras un muestreo concienzudo concluyen que el 90% de los residentes en la ciudad adoran el fútbol y que, dentro de ese porcentaje, uno incluso superior, el 95%, es hincha del Nápoles. Alucinados se quedaron Reina o Mertens cuando llegaron, como hiciera Maradona también hace ya 30 años, con el calor que transmite la gente no sólo en el estadio, sino en cualquier parte de la ciudad. En Nápoles adoran a sus jugadores, a los que consideran ídolos, héroes. Lo sabe bien el hoy capitán Marek Hamsik, que tras ser robado a punta de pistola, pidió públicamente a sus ladrones que le devolvieran el reloj que le habían hurtado. Cuando los ladrones se dieron cuenta de a quién habían robado recularon. La pieza apareció horas después en el buzón del eslovaco junto a una carta de disculpa.

Nada enorgullece más a la hinchada napolitana que tener en la plantilla un jugador nacido en la ciudad, crecido amando y mamando Nápoles. Y ese jugador es Lorenzo Insigne (Nápoles, 24 años), que como una montaña rusa, ha sufrido en sus propias carnes lo mejor y lo peor de unos tiffosi tan pasionales como los partenopeos. Y es que Insigne es el único jugador en todo el primer equipo que es napolitano de nacimiento. Ingresó con 15 años en las categorías inferiores del club y desde que su nombre empezó a sonar, siendo aún un juvenil, las expectativas han sido altísimas y el deseo de tener como héroe a un chico de la casa se ha hecho larguísimo.

Insigne celebra un gol junto a Verratti
e Immobile / PESCARA
Insigne debutó a los 18 años en enero de 2010 en un encuentro liguero ante el Livorno y su presencia en el equipo no fue más que testimonial, pues un par de semanas más tarde se fue cedido al Cavese de 3ª División italiana. Empezó entonces una serie de préstamos donde mostró que era un buen proyecto de futuro. En la 2010-2011 hizo las maletas y, de la mano de Zeman, aterrizó en el Foggia de la misma división, donde logró anotar 26 dianas en 40 partidos haciéndose un jugador importante. Un hecho que le valió para dar un salto en su carrera y es que, una temporada más tarde, también con Zeman como máximo valedor, llegaba como refuerzo de lujo a un Pescara que ya contaba con jugadores de la talla de Immobile y Verratti. Se pasearon por la Serie B, logrando el título y el ascenso, gracias en parte a los 20 tantos que consiguió Insigne en toda la temporada, definiéndose así como un mediapunta con mucha llegada y olfato goleador.

Tras la magnífica campaña, donde logró además el título a mejor jugador de la Liga, el salto a la Serie A con el Nápoles era un hecho. No empezó su carrera en San Paolo de la mejor de las formas y es que Insigne nunca ha mostrado mucho acierto con un micrófono en las manos. "Estar aquí es mi sueño. Antes de jugar aquí me había llamado la Juventus, pero ahora sé que quiero estar aquí". Ese 'pero ahora' no sentó muy bien entre la hinchada, que se sentía como un segundo plato, como si no hubiera sido posible un fichaje en Turín y se hubiera tenido que conformar con vestir de azul. Con todo, nunca aclaró si la Juventus había preguntado por su situación cuando tenía 14 años y no había ingresado aún en la disciplina napolitana o si lo había hecho tras eclosionar ese mismo verano en la Serie B.

Jugar no estaba fácil en el equipo que dirigía entonces Walter Mazzarri, que exigía fuerza y técnica en su esquema de 3-5-2 que en nada beneficiaba a un jugador algo endeble en lo físico como el partenopeo que además en ningún momento podía haber rendido de carrilero. Con todo, Insigne entró poco a poco en las alineaciones, alternó titularidad con suplencia y acabó siendo un buen jugador número 12 disputando más de 40 partidos en todas las competiciones, en las que logró sólo cinco dianas en un equipo en el que el gol llevaba acento uruguayo y tenía nombre y apellido: Edinson Cavani. Al inicio de aquel curso, además y como premio al año anterior, debutó con la selección italiana absoluta en partido oficial ante Malta. El año tan irregular le privó de volver a a jugar con la azzurra, con la que sólo ha disputado seis encuentros y a la que no volvió hasta la campaña siguiente. Incluso disputó minutos con su hermano Roberto, en las categorías inferiores del club, rompiendo una cifra de 75 años sin que dos hermanos jugaran juntos en Nápoles.

Y fue en esa en la que mostró un mejor nivel, aunque siguió siendo muy irregular. Ya con Rafa Benítez como entrenador en un sistema que entonces sí beneficiaba a los extremos, Insigne dejó pinceladas de su calidad, de lo que era capaz de hacer cuando estaba centrado y tenía la cabeza pensando sólo en fútbol. Lástima que fuera en contadas ocasiones. Continuó alternando la titularidad con el banquillo y aprovechó los problemas del entrenador con Mertens y una lesión de Higuain para engordar sus cifras y disfrutar de más minutos. Curiosamente, con todo, sólo Zapata (que jugó 30 partidos menos que él) de los jugadores de ataque acabó con peores cifras que el napolitano. En esa campaña, la primera de Benítez, llegó el primer gran problema de Insigne con la hinchada. Fue en un partido ante el Lazio, en enero de 2010. Tras encadenar varios malos partidos y ser sustituido ante los romanos, la afición reprochó la actitud y la forma del jugador con leves pitidos. El jugador, todo carácter, contestó a la afición mandándola a freír espárragos pese al intento de los ayudantes del técnico de detenerle. Fanculo (!Que os jodan¡), se atrevió a decir. Su agente pidió perdón en su nombre y escudó los hechos a cuestiones de edad e inmadurez, además de instar a los aficionados a apoyarle para verle de nuevo buenas actuaciones. El amor-odio había empezado y al final de temporada todo parecía olvidado cuando dos goles de Insigne en la final de la Coppa le daban el título al equipo tras arrollar a la Fiorentina.

Nada más lejos de la realidad, el asunto no estaba olvidado y empezó a crecer como la espuma. Un par de meses más tarde, en la presentación oficial de la equipación, Insigne se negó a coger el micrófono que la presentadora del evento le otorgaba para responder a las preguntas de algunos fans y dar un mensaje a aquellos que se habían desplazado. El acto, que él achacó a simple vergüenza, se tomó como una falta de respeto a la afición, que no olvidaba los patinazos del pasado. La relación se rompió de forma definitiva (e incluso, parecía, de forma irremediable) y se demostró en el primer partido del equipo en San Paolo. Como locales, el Nápoles estaba perdiendo ante el Athletic de Bilbao en la fase previa de la Champions League e Insigne fue la cabeza de turco. No hizo un gran partido y el runrún y los tímidos silbidos cada vez que cogía el balón en banda izquierda no mejoraron la cosa. La pitada ensordecedora no se hizo esperar cuando fue sustituido a los 60 minutos de juego. Él, más pendiente todo el partido de las quejas que de jugar, animó a la afición, desafiante, a que siguiera abucheándole y el nivel de los decibelios no dejó de aumentar hasta que salió del campo. Llegando al banquillo, además, se quitó la camiseta con visible enfado y la tiró con mala gana contra los asientos. Para colmo, su sustituto, Mertens, cambió el curso del partido siendo el revulsivo ideal y el mejor del equipo italiano.

No ayudó tampoco la propia novia de Insigne, que en las redes sociales colgó un mensaje que elevó la histeria de los partenopeos. "No le merecéis", decía. En la vuelta, en España, el Nápoles perdió, se quedó fuera de la Champions y en el aeropuerto los tiffosi, que acudían a animar y prestar apoyo a su equipo, no tuvieron la misma respuesta para un Insigne que fue zarandeado e insultado hasta que la seguridad pudo apartarle del caos. "Sucio interista" le llamaron. Se rumoreó incluso su salida debido a la dificultad de la ciudad y a los males que tenerle en el equipo podía provocar. Tres meses duraron las hostilidades. Hasta que se lesionó y dejó de aparecer por los terrenos de juego. Y es que en noviembre, en un partido contra la Fiorentina, su rodilla dijo basta. En una acción de mala fortuna se rompió el ligamento cruzado de su rodilla derecha y su situación profesional tocó fondo. La reacción de los napolitanos, en cambio, fue mostrar apoyo. Cuando peor parecía que estaba la relación, cuando la vuelta atrás parecía imposible, apareció el amor a unos colores y el sentido de pertenencia para darle la mano a un hijo que lo estaba pasando mal. Insigne no se creía lo que veía. "Gracias por todo el apoyo. Son momentos difíciles pero voy a volver con más fuerza por los aficionados. Ellos me dan la fuerza necesaria. Yo voy a estar ahora con el grupo con toda mi alma para animar como siempre he hecho desde que era pequeño y gritar ¡Forza Napoli!". 

Insigne tenía razón y reapareció, milagrosamente, sólo cuatro meses después, para asombro de todos, en una lesión que mínimo aparta de los terrenos de juego durante un par más. Lo hizo ante la Roma como visitante. Una semana más tarde, ante el equipo contra el que se había lesionado, la Fiorentina, recibió el calor y el apoyo de los suyos cuando volvió a pisar San Paolo. La temporada acabó de forma discreta, con el Nápoles quedándose otra vez fuera de la Champions (aunque ahora sin fase previa), pero tras la salida de Benítez el equipo ha retornado el rumbo. Sólo van los primeros compases de la temporada, pero la importancia de Hamsik en el equipo de Sarri es capital, como debe ser, e Insigne se está convirtiendo en ese líder, ese prodigio que apuntaba a ser. La zurda sin techo que proyectaba cuando jugaba en ligas menores. En lo que va de temporada ya ha logrado seis tantos y tres asistencias y es el principal motivo para la alegría partenopea. Insigne empieza a conquistar la tierra que fue en otra época de Maradona. Este fin de semana, otra vez ante la Fiorentina, abrió la lata para tumbar al líder y se retiró entre aplausos, coreado por la misma afición que un año antes habría firmado su sentencia con gusto. Insigne ahora es el alma napolitano desde la banda izquierda de San Paolo. Es el mayor motivo de orgullo de una ciudad necesitada de ídolos propios. Los parques de Nápoles están repletos de camisetas azules con el número 24 en la espalda. Hoy, en las calles de Nápoles, los niños sueñan con ser zurdos

Insigne, esta temporada / MUNDONAPOLI

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