viernes, 17 de febrero de 2017

Adrian Doherty, la estrella del Manchester United que nunca pudimos ver

Antes de empezar a leer esta entrada, es importante poner la mente en blanco. Olvidar todos los problemas de la vida y simplemente disfrutar de cada palabra, cada línea, con los versos de fondo de Forever Young de Bob Dylan. Porque así lo habría querido Adrian Doherty, la estrella del Manchester United que nunca pudimos llegar a ver. La leyenda de Old Trafford que el periodista Oliver Kay ha revivido en su libro, titulado del mismo modo que la canción de Dylan, en honor al espíritu y gusto de Doherty.

Dicen los que jugaron al fútbol a su lado que no había nadie con la pelota en los pies como él. Que el talento que Adrian Doherty (10 de junio de 1973, Strabane, Irlanda del Norte) poseía era único y que no ha habido otro como él, ni posiblemente lo habrá. Ryan Giggs, de alguna forma, le da las gracias porque si él no se hubiera lesionado, "nunca habría podido tener una carrera a tan alto nivel, él me habría cerrado la puerta". Matt Bradley, su descubridor, le define como "el mayor talento en un campo de fútbol desde George Best" y Brendan Rodgers, que compartió césped con él en sus inicios como jugador, augura que "Ryan Giggs y los Neville admiten que Doherty era mejor que ellos". 

Cuentan los que le conocieron en profundidad, que Adrian Doherty era mucho más que un futbolista excepcional. Que tenía un aura especial, que estaba tocado con una varita, que todo lo que hacía, lo hacía bien (salvo dibujar, como remarca un amigo suyo de la infancia). Adrian Doherty era ese chico capaz de aprender a tocar la guitarra por sí mismo, de componer canciones y poesía (su gran pasión) como pocos con mucha facilidad. Adrian Doherty era ese chico que, por pura diversión, regalaba sus entradas para ir a Old Trafford y se metía en el metro a tocar la guitarra. Ese chico que, con 13 años, en plena época de violencia en su pueblo por la guerra de las dos Irlandas, fue capaz de apartar a un batallón de soldados de sus quéhaceres y ponerse a jugar con ellos al balón en mitad de la calle. Aquel que "jugaba al fútbol como Ryan Giggs y tocaba la guitarra como Bob Dylan", en palabras de su excompañero en Manchester Sean McAuley.

Adrian Doherty, con el equipo juvenil del Manchester United
"Le veías en el campo y era muy rápido y habilidoso. Un jugador excelente con ambos pies. Adrian era completamente un talento natural, lo hacía todo parecer muy fácil. Trístemente, justo antes de hacer su debut con el primer equipo, se lesionó de su rodilla", se deshace en elogios Sir Alex Ferguson sobre él. "Ferguson era durísimo conmigo. Me gritaba varias veces cada entrenamiento cuando era un juvenil. Y luego, miraba a la otra banda y veía cómo nunca regañaba a Adrian. Claro, que para ser sincero, he de decir que siempre lo hacía todo bien", señala Giggs.

Y es que, casi por encima de los Busby Babys, en Manchester se recuerda a la tan aclamada 'Class of 92', la generación de jugadores entre los que estaban David Beckham, Paul Scholes, Ryan Giggs, Gary y Phil Neville y Nicky Butt, entre otros, como la mejor generación de la historia de los Red Devils, esa que llevó al club a la gloria y que inició el proyecto de lo que hoy es el equipo más laureado del país y uno de los clubes más exitosos de todo el planeta. Han hecho entrevistas, han grabado vídeos y hasta se ha rodado una película-documental contando sus vivencias, pero lamentablemente, nadie recuerda a Adrian Doherty, o como en el seno de Old Trafford se le conocía: The Doc

Adrian Doherty no era un futbolista al uso. Pasó algo más de cuatro años de adolescencia siendo jugador del Manchester United, recibiendo una paga semanal por parte del club inglés, y nunca se le vieron visos de grandeza. Doherty no llevaba tatuajes, ni ropa de marca. No le ponía interés a su imagen, no lucía peinados extravagantes. Jamás se le vio con el pelo engominado, la moda de entonces y pasaba por los espejos sin reparar en el reflejo de su imagen. Nada le importaba el qué dirán. Algunos le definían como bohemio. Otros, como hippy. La mayoría concluye que simplemente era Adrian Doherty. El chico que nunca sabía dónde había puesto su traje y la corbata que tenía que llevar los días de concentración. Aquel que con 16 años bajaba a desayunar con los jugadores del primer equipo del United en chanclas y pijama mientras era norma no escrita que se hiciera en chándal y deportivas. Aquel que fue el primer jugador de la historia en firmar un contrato profesional a la edad de 16 años.

Adrian Doherty nació y creció en Strabane, en medio de las revueltas que surgían en las dos Irlandas, inmersas en un proceso de guerra civil que derivó en que el chico viviera entre las recurrentes bombas y los crueles asesinatos que se cometían en su entorno. El segundo de cuatro hermanos, Adrian, o Aiden, como se le conocía en casa, heredó de su padre el gusto por el fútbol y, sobre toda las cosas, por el Manchester United. Jimmy, su progenitor, había jugado para el Derry City, el club local y rápido transmitió sus genes futboleros a su nueva generación.

Las primeras muestras de su habilidad llegaron en la escuela primaria, en el colegio St. Mary. Allí se enroló en el equipo del colegio, con chicos todos mayores que él, pero eso no importó para dejar a todos boquiabiertos al poner en práctica lo que había practicado tantas tardes con su hermano mayor Gareth en el jardín de casa. "Era un crío, era más pequeño que todos, pero ya le veías que era el doble de bueno que el resto", admite su amigo Nial. Una visión que corrobora John Farrell, que solía arbitrar los partidos locales de las categorías infantiles."Incluso a la edad de 8 y 9 años ya le veías que era demasiado bueno. Él cogía el balón y... no puedo describirlo. Era como un lagarto, era una especie de Johan Cruyff". 

Doherty / M. United
Su padre empezó a darse cuenta de las capacidades de su hijo a la edad de once años cuando le veía solo en el jardín, sin la mirada de nadie más y empezaba a disfrutar con el balón, o con lo que fuera. "Empezaba a rematar de cabeza el balón contra el muro de casa. No lo dejaba botar. Le veías hacerlo sin problema 100, 200, 300 veces como si nada y el balón no caía. Entonces, cuando pensabas que lo había hecho todo, dejaba a un lado el balón de fútbol, cogía una pelota de tenis y lo repetía. 100, 200, 300 veces. Y no se le caía, lo hacía como si fuera la cosa más sencilla del mundo". Adrian no lo hacía por lucirse, simplemente, por pura diversión. 

A la edad de 12 años, por primera y última vez, un entrenador se atrevió a quitarle del césped. Fue en un campus de verano y Brian McGillon era el encargado de dirigir a los jóvenes en un partido de fútbol gaélico (ver las normas del deporte y su desarrollo aquí). Adrian no tocaba el balón con las manos, se recorría el campo entero controlando con la cabeza y los pies

Volvió entonces a disfrutar del fútbol en el equipo Melvin, donde llevaba desde los 11 años. El entrenador decidió subirle a la categoría Sub15, con chicos tres y cuatro años mayores que él. "Adrian destrozó mi carrera como futbolista", recuerda su hermano mayor. "Tenía cuatro años menos que yo y el míster me había dicho que le iba a subir a nuestra categoría. Él jugaba como jugador de banda derecha, como yo, y después del primer partido yo ya era su suplente". 

Adrian Doherty se dio a conocer públicamente en Irlanda el 5 de mayo de 1983. Con casi 13 años, el Derry City había acordado jugar un partido amistoso con el Nottingham Forest, entonces entrenado por Brian Clough y considerado como uno de los mejores equipos del mundo tras su reciente doble conquista europea. Como teloneros, antes del gran evento, había preparado un partido entre los chicos Sub14 del Derry City y un combinado de jugadores de la categoría de la zona. Ahí, entre ellos, estaba Adrian Doherty, preparado para dejar boquiabiertos a toda una multitud que se había dado cita para ver el plato fuerte de aquel día. 

"Para ser sincero, nadie habló del partido entre el Forest y el Derry City aquel día. En boca de todos solo estaba el chico al que acababan de ver", señala Peter Hutton, jugador-entrenador del equipo local. Y es que Adrian marcó los dos goles de la victoria 2-0 ante el Derry Sub14, que era claramente favorito, de una forma que hoy reconoceríamos como 'estilo Messi'. Los goles, por cierto, pasaron vagamente por Youtube hace unos años, aunque rápidamente fueron censurados por Copyright. En ellos se podía ver a un joven chico con las piernas muy largas regateando a todos los que salían a su búsqueda y con una rapidez y un control de balón impropio para un crío de 13 años. 

Tal fue su exhibición, que Brian Clough quedó anonadado y envió Liam O'Kane, su asistente, a que tuviera un acercamiento con su entorno. Sorpresivamente, O'Kane y Jimmy Doherty habían compartido vestuario años atrás en el Derry City y la 'negociación' fue sencilla: El Nottingham Forest quería a Adrian Doherty a toda costa y se fijó una fecha para hacer una prueba. De forma paralela, Doherty dejó Melvin y pasó a jugar en Moorfield Boys, un club que entrenaba Matt Bradley, scouter profesional que había trabajado para el Celtic y para varios clubes de la Primera División Inglesa. "El momento en el que le vi, sabía que era el mejor chico que había visto desde George Best", admite Bradley. 

Entonces, el Arsenal estaba siguiendo a McIvor, un compañero de Adrian en Moorfield. El ojeador John Dillon había sido enviado para seguir al jugador, pero tras ver un partido de exhibición, rápido cambió su hoja de ruta y se centró en Doherty. "Esa misma noche nos llamó y nos dijo que el Arsenal quería ficharle", señala Jimmy Doherty. A los pocos días pasó una prueba y al día siguiente ya tenía el acuerdo con el Arsenal preparado para ser cerrado. Matt Bradley, seguidor empedernido del Manchester United, dolido porque le iban a quitar a su perla, escribió una carta a Sir Alex Ferguson. Ya que le iban a quitar a su jugador, que lo hiciera el equipo del que él era hincha. Ferguson no dudó en responder a la petición de su homólogo y mandó a un ojeador a ver jugar a Doherty. Solo hicieron falta 10 minutos para que el Manchester United ofreciera su futuro a Doherty

"Hemos observado a su hijo y queremos ofrecerle un contrato", le dijo Sir Alex Ferguson al padre de Adrian cuando llamó a la familia por teléfono. "Cuando evaluamos a un jugador joven, vamos marcando las casillas en las que destaca: Velocidad, coraje, técnica, fuerza, visión y algunas más. Con Adrian hemos marcado todas las casillas, lo que es extremadamente raro". Arsenal y Nottingham Forest no tenían nada que hacer.

Así, con 14 años (aunque llegaría a la entidad de forma oficial meses más tarde), Adrian Doherty se convirtió en jugador del Manchester United, cuya camiseta solo se quitaba para ponerse la de Irlanda del Norte, en cuya selección juvenil jugaba desde hacía tiempo y donde compartía equipo con Brendan Rodgers. En una Irlanda dividida, ser católico aparentaba ser un gran hándicap. Era el único de toda la plantilla en serlo. Eso levantaba ampollas y prejuicios que se esfumaban nada más le veían tocar el balón. No obstante, eso y la incapacidad futbolística de sus compañeros le hizo pensarse en más de una ocasión cambiarse de bando y jugar con República de Irlanda, donde ciertamente sería mejor aceptado y donde podría tener una mejor carrera. 

Poco a poco empezó a integrarse en la vida del Manchester United. Vivía en un centro junto a otros compañeros y hacía largas concentraciones a las que iban todas las categorías de los Red Devils. Le costó adaptarse a vivir fuera de casa, tanto que incluso, un día, pidió al club que le dejaran volver a casa. Ferguson, sabedor del talento que tenía entre manos y que Doherty no era como el resto, le permitió marcharse unos meses. Pero Adrian nunca quiso volver. La morriña que sufría en el Cliff, famoso centro de entrenamiento del United desde 1938,  le impedía sentirse cómodo y el club acabó haciendo una excepción única para que el chico viviera en casa de unos familiares lejanos, que residían relativamente cerca del cuartel del United. 

Los tiempos en Old Trafford eran difíciles. El equipo rozaba el descenso en la temporada 1989/90 y Sir Alex Ferguson estaba en el alambre. Su continuidad como técnico estaba en entredicho y solo el buen hacer del equipo juvenil, que lideraba Doherty por la derecha junto a Giggs por la izquierda, mantenía la posibilidad de un futuro esperanzador. Ferguson le había dedicado mucho tiempo a los juveniles y eso lo sabía la directiva, pero los resultados inmediatos que exigía la grada para el primer equipo no llegaban y eso pesaba demasiado. A la gente descontenta, entonces, se le invitó a acudir a los duelos del equipo juvenil, donde la directiva estaba segura quedarían maravillados.

 FA Cup Youth Semifinal. 1 de abril de 1990. Arriba: Bosnich, Ryan Giggs, Darren Ferguson, Sixsmith, Lydiate, Sean McAuley.  Abajo: Mark Gordon, Craig Lawton, Lee Costa, Tonge y Adrian Doherty / Man. United
Esos partidos los seguía, y los sigue, Tony Park. Park es uno de los aficionados más célebres del Manchester United, conocido por su exhaustivo seguimiento de todas las categorías desde que tenía uso de razón. Su colección de libros del club es inenarrable y guarda recortes, fotos y notas personales de cada partido que pudo disfrutar, que en categoría juvenil, han sido prácticamente todos en los últimos 40 años. "Era un demonio de jugador. Si puedes llegar a imaginarlo... Coge un poco de Ryan Giggs, un poco de Andrei Kanchelskis y un poco de Cristiano Ronaldo. Mézclado todo, y ahí tienes a Adrian Doherty", revela Park, que describe en sus crónicas particulares las hazañas de Doherty con el equipo juvenil. "Él era imparable, recuerdo a un entrenador del equipo decirme que solo había tres jugadores en toda la plantilla que llegarían al primer nivel: Giggs, Scholes y Doherty. Solía decirme que Giggs tenía una zurda magnífica y velocidad y Scholes era control y muy constante en el juego, pero que Doherty lo tenía todo", añade Park.

Gary Neville, que era dos años menor que Doherty y ya de vez en cuando entrenaba y jugaba con su equipo, recuerda: "Tenía un talento fantástico. Tenía mucha facilidad para regatear jugadores, poseía una gran habilidad. No he visto nunca nada como él. Tienes que tener mucho cuidado cuando haces este tipo de comparaciones, pero tenía una habilidad como la de Messi".

Doherty / Man. United
Con 16 años y 287 días, Sir Alex Ferguson incluyó a Adrian Doherty en una concentración con el primer equipo del Manchester United. Era el jugador más joven en hacerlo desde que en 1953 lo hiciera el mítico Duncan Edwards. Varios jugadores de la primera plantilla estaban entre algodones y, de no pasar una prueba física, Adrian haría su debut oficial en una convocatoria. No sucedió, pero el jugador empezó a sumar convocatorias ya con el primer equipo. Ferguson quería que cogiera experiencia, pero de momento rehusaba a darle la alternativa pues el equipo juvenil estaba en las fases finales de la FA Cup y quería que su mejor jugador le diera el título al segundo equipo.

Al final de la temporada 1989/1990, Doherty fue llamado a las oficinas del club. Allí se le ofreció un contrato profesional. A excepción del mencionado Edwards, nunca antes ningún jugador firmó un contrato profesional a tan temprana edad y, además, ninguno había llegado a las cifras que el Manchester le ofrecía a un jugador que ni siquiera había cumplido los 17 años. 200 libras semanales fijas, más bonus por partidos, victorias, goles, más una suma de dinero de cinco cifras que no se quiso revelar al final de cada una de las cinco temporadas que le habían ofrecido.

Doherty, que jugaba al fútbol por divertirse, que no esperaba, ni quería, la admiración del graderío cuando tenía el balón en los pies, que solo quería disfrutar del momento por querer sentirse Forever Young, que, pese a que tenía ambición por ser el mejor jugador del mundo, no perdía un solo minuto que pudiera dedicar a componer canciones y poesía, decidió rechazar el contrato. "No sé dónde quiero estar en los próximos cinco años", se excusó. 

"¿Cuánto quieres firmar?", preguntó Ferguson.

"Un año, quizás dos", contestó Doherty.

"Tienes que pensar bien lo que estás diciendo. Es una buena oferta, hay chicos en tu equipo que darían su brazo derecho por un contrato como esté", sugirió el técnico.

Al final, Adrian Doherty firmó por tres años y ligó su futuro inmediato al Manchester United, que ya estaba preparando el terreno para su debut oficial con el primer equipo. Adrian Doherty fue informado, de forma oficial, de que iba a entrar en una convocatoria en los próximos partidos. Sin tener que esperar a que un compañero no pasara el corte médico, sin tener que aguardar al último momento para saber si iba a estar en el banquillo o en la grada, Adrian Doherty se preparó para el día que estaba marcado en rojo en el calendario de su vida: el 3 de marzo, ante el Everton, iba a ser el día de su debut. Pero llegó el día y, en su lugar, quienes sí debutaron fueron Giggs y Darren Ferguson. Doherty, en cambio, vio el partido desde la grada junto a Steve Bruce, Bryan Robson o Mark Hughes, todos lesionados.

"No te preocupes, llegará pronto", le dijeron los veteranos. Adrian, tocado de su rodilla por un 'pequeño' problema surgido apenas 10 días antes, se cayó de la lista en el último momento. Y es que ese pequeño problema fue más grave de lo que a priori pareció y terminó con la carrera de un futbolista que nunca llegó a jugar un partido profesional, que fue el mejor jugador que nunca pudimos llegar a ver y del que sólo disfrutaron unos pocos afortunados.

"Aún puedo ver, cada día, el partidillo y el momento exacto en el que Adrian se rompió el cruzado, o cualquiera que fuera la lesión que tuvo", admitió Sir Alex Ferguson en 1999 (8 años después de la lesión), mirando desde la ventana de su despacho el campo de entrenamiento donde todo sucedió. Fue el 23 de febrero de 1991, una semana antes del partido contra el Everton que nunca pudo jugar. El Manchester juvenil estaba jugando un partido de entrenamiento contra los chicos del Carlisle cuando la rodilla de Doherty hizo 'BANG'. "No fue falta, simplemente un balón dividido. Fuimos al choque, la rodilla se me torció y yo me caí. No me dolía, me levanté e intenté correr rápido a por el balón, pero no podía andar", explicaba Doherty.

Jim McGregor, fisioterapeuta del club, intuyó que se podía tratar del cruzado. Nadie entró en pánico. La rotura del ligamento cruzado hasta entonces era una lesión prácticamente desconocida. Los esguinces o las distensiones sí estaban más vistas y con algo de reposo y rehabilitación, el jugador podía volver a jugar en unas semanas. Ese fue el primer diagnóstico que se le dio a un Adrian que, ahora sí, admitía sentir un dolor insoportable.

El problema es que ningún médico se ocupó del caso en primera instancia, y McGregor, que solo era un fisio, no puso nunca en los informes que podría ser una lesión de ligamento cruzado. Nadie ordenó hacer un escáner, se concluyó que el chico tenía solo un esguince y que rápido estaría disponible para jugar. Así, el 22 de marzo, su nombre aparecía entre los titulares del partido de FA Cup juvenil ante el Southampton en el folleto que se repartía en la puerta del estadio, aunque nunca llegó a jugar. 

En mayo del mismo año, dos meses y medio después de la lesión, Doherty volvió a los campos. Haciendo rehabilitación por su cuenta, sin asesoramiento del club, Adrian ya estaba de vuelta para jugar el torneo Blue Stars, donde los juveniles de los mejores equipos de Europa medían sus fuerzas en partidos de 40 minutos. En solo 24 horas, Adrian jugó cuatro, todos completos. Cuando terminó el torneo y sin casi tiempo para llegar de Zúrich, Adrian fue convocado para ir con el primer equipo a un doble encuentro amistoso en Trinidad y Tobago. En vista de la situación de fatiga que sentía y de la cercanía de la lesión, le pidió al club que le liberara y tener así algo de descanso. La misiva fue rechazada y Adrian viajó con el equipo para caer lesionado en el primer partido. Esa rodilla no estaba bien.
Adrian Doherty / The Guardian
Se fue entonces de vacaciones, como el resto de la plantilla, y volvió el 24 de julio para preparar la pretemporada. Fue entonces, cinco meses después de la lesión, cuando el cuerpo médico se decidió a hacerle una resonancia magnética en la que se descubrió que tenía una rotura en el ligamento anterior cruzado de su rodilla derecha. Una lesión que no era desastrosa, según Jonathan Noble, el médico que se encargó del caso, que decidió que no era necesario operar

El 4 de septiembre de 1991 no había ningún signo de mejora por parte del jugador, por lo que Noble se decidió a practicarle una artroscopia, en la que se descubrió que el jugador tenía también roto el menisco y se corroboró el diagnóstico de la rotura del ligamento, aunque Noble continuó afirmando que no era necesaria una cirugía de reconstrucción del ligamento. 

Así, Doherty se enfrentó a días, semanas y meses de recuperación, siempre por su cuenta. Haciendo los mismos ejercicios de fuerza día tras día, hora tras hora, en soledad, mientras en el campo anexo disfrutaban del balón los que ya eran sus compañeros del primer equipo. 

El 7 de diciembre de 1991 Adrian Doherty hizo una nueva aparición con el equipo reserva. Allí, la expectación era máxima por dos motivos: ver al chico norirlandés que estaba en boca de todos de vuelta y comprobar si aquel pelirrojo apellidado Scholes que llevaba semanas jugando a gran nivel era realmente tan bueno. Ian Brunton, un especialista del equipo reserva del Manchester durante años, recuerda su reaparición como "Catastrófica. Él parecía una sombra del jugador que yo había visto antes. Esto suele ser normal en jugadores que han estado mucho sin jugar, pero a él se le veía raro. Ni siquiera su estilo de correr era el mismo"

11 días después, el 18 de diciembre, el médico Noble pidió una segunda opinión y se decidió a operar al jugador. "O pasas por el quirófano, o no podrás volver a jugar al fútbol de nuevo", le dijo el doctor. Habían pasado 10 meses desde la lesión y el jugador había reaparecido hasta en tres ocasiones distintas, con el ligamento cruzado y el menisco rotos. 

Sin confiar en Noble, que había cambiado de diagnóstico muchas veces en poco tiempo, Adrian y su padre viajaron en búsqueda de una nueva opinión, que recaería en el cirujano McClelland. "Mi sensación era que con la lesión que tenía sería muy difícil volver a jugar al fútbol a nivel profesional. Que incluso ni recuperaría su nivel previo", señaló el doctor. La operación se le practicó en febrero de 1992, un año después de la lesión y durante los siguientes dos meses el jugador tuvo que empezar la rehabilitación en su casa, por su cuenta, sin ninguna supervisión, de forma totalmente rudimentaria. 

En abril retornó a Manchester para empezar ejercicios con los fisioterapeutas y la opinión de McGregor era que la operación no había salido bien, como sí aseguraban los médicos. Un mes después, toda la plantilla y cuerpo técnico se fue de vacaciones. Doherty, que vivía con su amigo Leo en un piso compartido, hizo las maletas y de un momento a otro se plantó en Estados Unidos. De manera simultánea, los únicos en Mánchester que seguían con actividad eran los juveniles, donde Giggs, los Neville, Gillespie, Savagge, Beckham, Nicky Butt y Paul Scholes se alzaban con el título mientras Doherty se dedicaba a tocar sus canciones en locales de poca monta, a recitar sus poemas en los trenes de la Gran Manzana.

Con el fin de las vacaciones, la rutina de gimnasio retornó hasta que el 30 de enero de 1993, casi dos años después de la lesión, el momento parecía haber llegado: Adrian Doherty tenía el alta. Volvería a jugar al fútbol. Sus primeras actuaciones fueron totalmente desesperanzadoras. Dicen que antes de la lesión, nunca un lateral pudo arrebatarle el balón cuando Adrian iba en carrera. Ahora parecía otro, totalmente vulnerable, superado siempre por su par. Un jugador mortal con un mal día, pero uno detrás de otro. 

Adrian confirmaba entonces a su entorno que no estaba 100% recuperado de su rodilla pero, con todo, llegó a confesar a su padre que empezaba a sentir las sensaciones positivas del pasado. Lo hizo tras encadenar varias actuaciones notables y su llama del fútbol, esa que llevaba dos años apagadas, pareció por poco brillar. Quizás Adrian Doherty, el chico al que se le había roto el corazón por no haber podido debutar con el Manchester United ante el Everton en marzo de 1991, volvía a sentir el gusanillo del fútbol más de dos años después. 

Poco le duró la alegría, pues el Manchester United decidió no renovarle y ahí acabó su historia, con 20 años, en el que había sido el equipo de su vida, del que era fan desde niño. "No parecía dolido ni enfadado. Desde el primer día pasó página", afirman su padre y su madre. Rápido entendió y aceptó que el fútbol no iba a ser su vida y ni siquiera se molestó en buscar un nuevo equipo. Se dedicó entonces en cuerpo y alma a la composición, a su música, a sus poemas. Y no volvió a hablar del Manchester United, ni de su pasado como jugador, nunca más

La sensación de despecho que no tenía él sí se apoderó de su entorno, que no entendía que, tras dos años de lesión, al club le hubieran bastado cinco partidos para decidir que no era un jugador válido, en una lesión que deja importantes traumas psicológicos. Para más inri, ese mismo mes de mayo, según Adrian salía del club por la puerta de atrás, el Manchester United se proclamaba campeón de la Liga Inglesa por primera vez desde 1967. Era el inicio de la era exitosa de Ferguson. Aquel que mantuvo su puesto porque en el equipo juvenil jugaba un Adrian Doherty capaz de sostener, con sus actuaciones, el mal rendimiento del primer equipo, de apaciguar las críticas porque él era el futuro del Manchester United y lideraría una generación esperanzadora. 

Cuando las noticias de su salida de Old Trafford llegaron a Irlanda, rápido en las filas del Derry City se empezó a trabajar para intentar fichar al jugador. Adrian se había asentado en Preston ya entonces, y el club le ofreció no entrenar y acudir solamente a los partidos los fines de semana. Como simple hecho de diversión, pues la Liga Irlandesa no era profesional, y por defender los colores que una vez había llevado su padre, Adrian aceptó la oferta. Roy Coyle, entonces a cargo del Derry, llamó a Ferguson para preguntarle por el estado del chico, temiéndose entonces que llegara un crío con aires de grandeza que alterara el vestuario. "Si él consigue estar sano, centrado y motivado, puede jugar a cualquier nivel", contestó Ferguson. 
Adrian Doherty y Liam Coyle en el Derry City

Lo que se presentó aquel día en Irlanda fue totalmente lo contrario de lo que Coyle auguraba. Un chico con ropas anchas de segunda mano, despeinado, con una guitarra a cuestas y un par de botas de fútbol viejas. "Todo lo contrario de lo que te puedes imaginar de un adolescente que ha hecho dinero jugando en el Manchester United". Tras su primer entrenamiento, nadie tuvo ya dudas, su toque de balón seguía intacto. "Tú no debes estar aquí. Eres demasiado bueno para nosotros. Tienes que estar aterrorizando defensas en la Premier League", le dijo Coyle al segundo día. Ciertamente, el entrenador quería que Doherty acabara firmando con ellos mucho tiempo, pero sentía que tenía el deber de convencerle para que volviera a la Premier League, donde cualquier equipo que no fuera el Manchester estaría dispuesto a ficharle. 

El caso es que, tras la disputa de cuatro partidos, Adrian Doherty decidió dejarlo. Se sentó con el entrenador y le confirmó que no podía seguir jugando. "Me dijo que no se divertía ya jugando al fútbol y que el dolor que él sufría cuando jugaba en su rodilla era insoportable. Que se quería dedicar a tocar la guitarra". Y ahí acaba la carrera como futbolista profesional de Adrian Doherty, que se puede resumir en un puñado de partidos amistosos con el primer equipo del Manchester United y cuatro como jugador del Derry City.

Y eso, cantar, fue lo que hizo. Dicen que no se le daba nada bien (se le puede ver micrófono en mano en varios locales en vídeos de Youtube) eso de entonar, que lo suyo ciertamente era la composición, para lo que era un dotado. Aunque por su faceta de showman, fue capaz de ir poco a poco logrando espectáculos, que la gente se divirtiera con él y vivir de ello durante un tiempo. Trabajó también en una fábrica de chocolate, como botones en un hotel, en una panadería, como cartero y en una fábrica de metal. Nunca le dijo a nadie quién era, ni de dónde venía. No mencionaba que había sido jugador del Manchester United, y que llegó a ser considerado el mejor talento de Irlanda y el futuro mejor jugador del mundo. 

John O'Connell, el dueño del hotel que le contrató como portero, le dejó una habitación en su casa para vivir. "Yo siempre veía el fútbol. Era la época en la que Manchester United y Newcastle se jugaban todos los títulos. Siempre intentaba que Adrian viera el fútbol conmigo, pero nunca mostró ningún interés en ello", señala. "Me dijo que había trabajado en muchas cosas antes, pero no mencionó nada de su pasado como futbolista"

Su vida acabaría prematuramente de la forma más trágica posible. Tras vivir dos años y medio en Preston y cuatro en Galway, Adrian Doherty puso rumbo a Holanda, donde le había llegado una oferta de trabajo. Quería probar nuevas experiencias y no dudó en hacer las maletas. 

El 7 de mayo del 2000 un paciente entró en coma en un hospital de La Haya. presentaba graves daños cerebrales y había estado expuesto a una alta falta de oxígeno tras haberse caído a un canal y haber quedado inconsciente. No tenía documentos de identificación y lo único que se sabía de él, por su apariencia, era que podía ser escocés o irlandés y que presentaba una cantidad enorme de marcas y cicatrices en su rodilla derecha. Adrian Doherty, que no sabía nadar y le tenía pánico al agua, estuvo cinco días sin identificar hasta que su familia, preocupada porque no daba señales de vida, consiguió dar con él. 

Adrian Doherty murió el 9 de junio del 2000, justo un día antes de su 27º cumpleaños. Ese mismo año, el Manchester United había vuelto a ganar la Premier League y justo un año antes, los Neville, Beckham, Scholes y Ryan Giggs, esa generación que él estaba llamado a liberar, se había alzado con la Liga de Campeones tras remontar un duelo apasionante al Bayern Múnich en el tiempo de descuento. La policía determinó, tras una larga investigación, que su muerte fue accidental (cerca de 100 personas pierden la vida al año en Holanda por la misma causa) al ir corriendo a coger un tren para ir a trabajar, resbalar y caer al canal. Los médicos aseguraron que, de haber sobrevivido, podría haber sufrido daños cerebrales irreparables.

En su funeral, su hermano pequeño, a quien Adrian había enseñado a tocar la guitarra, tocó para él 'Forever Young', de Bob Dylan, que era su cantante favorito. El Manchester United propuso la creación del Adrian Doherty Trophy, un memorial a jugar cada año que su familia rechazó y en 2007 sacó un artículo en su programa prepartido que contaba la historia del jugador, titulado 'Adrian Doherty: The star we never saw'. "Iba a tener una carrera asombrosa. Tenía un talento terrible, era un jugador habilidoso, no era débil en ningún aspecto", admitió Gary Neville al ser abordado, justo al final de su exitosa carrera. 

La historia de Adrian Doherty pasará de padres a hijos, de generación en generación, como la historia de lo que pudo ser y nunca fue. Una lesión de rodilla nos apartó de ver a un jugador que todos tildaban como superlativo. Un chico del que, todos los que habían jugado con él, admitían era el mejor jugador que habían visto jugar. El ojito derecho de Sir Alex Ferguson, cuya carrera salvó jugando incluso en el equipo juvenil. Ryan Giggs, David Beckham o Paul Scholes eran meros teloneros, acompañantes, de un chico que podía jugar con la derecha, con la izquierda, correr, cambiar de ritmo cuando quería o regatear en corto sin flaquear. 

Cuando Brendan Rodgers llegó en 1990 al Reading, allí estaba Jim Leighton, cedido por el Manchester United. Se pusieron a hablar sobre la vida en Old Trafford y en Cliff Ground y entonces la conversación se desvió. "Le pregunté si conocía a un chico juvenil del equipo, del que me habían hablado muy bien, y me dijo que no. La misma respuesta que recibí al hablar de otro", apuntaba Rodgers. "Entonces, mencioné que conocía a un chico norirlandés llamado Adrian. ¿El Doc? me dijo, El Doc es como una leyenda".

-Agradecimientos a Oliver Kay. Gran parte de lo que aquí se narra está sacado de su libro 'Forever Young', que puedes comprar aquí

domingo, 12 de febrero de 2017

Cucho Hernández, el 'niño' goleador del Granada



Tener 17 años no le ha impedido a Juan Camilo Hernández (Pereira, Colombia, 1999) ser uno de los mejores jugadores del Sudamericano Sub20 que acaba de terminar. Lleva haciéndolo todo a una velocidad precoz y se diría que el chico ya está hasta acostumbrado. Colombia, que no ha estado a la altura en cuanto a la exigencia que se le pedía quedando última en el hexagonal final, ha aportado sin duda a uno de los mejores talentos del torneo.

A Juan Camilo Hernández desde pequeño se le conoce como el Cucho. Su padre le rapaba el pelo desde que era un crío y entonces ya, en su entorno, se empezó a bromear con el Cuchu Cambiasso para referirse a él. "Algunos también me llamaban así porque al tener la cabeza rapada me daba aspecto de viejo y malhumorado", admite él. El Cucho ha terminado el Sudamericano con dos goles (los dos únicos que marcó Colombia en la fase final) y ha sido segundo en el apartado de asistencias repartiendo tres.

Y es que Hernández, acostumbrado a ser un delantero bastante móvil por todo el campo, ha visto en este torneo cómo su posición ha ido variando durante el correr de los partidos. Empezó como '10', jugando por detrás de un delantero más tanque y ha ido alternando esa posición con la de jugar al lado de otro ariete en un sistema de dos puntas. Incluso, pese a su 1'75m de altura, ha jugado también como única referencia arriba.

El Cucho, en el Sudamericano /
JUAN CEVALLOS/AFP/Getty Images
El pasado mes de septiembre, el Granada fue el equipo más rápido de todos y se hizo con sus servicios. Hernández terminó la temporada con el Deportivo Pereira, su equipo de la Segunda División de Colombia, como máximo goleador pese a jugar el torneo con solo 16 y 17 años y los ojeadores no lo pasaron por alto. El equipo andaluz, en horas bajas en Primera, ha dejado al jugador en su país de origen pues hasta cumplir la mayoría de edad no puede cruzar el charco, según la normativa FIFA.

Hernández tenía 15 años cuando Hernán Lisi, entrenador del Deportivo Pereira, se fijó en él. Estuvo meses detrás del jugador viéndole disputar partidos en el Risaralda, equipo aficionado de su pueblo, hasta que decidió un día acceder a negociar con él. Lisi le propuso unirse al primer equipo del Deportivo Pereira y desde entonces su carrera no ha dejado de subir de manera meteórica. El equipo estaba en Segunda División de Colombia y Hernández no se puso nervioso cuando pasó de jugar casi en la calle a hacerlo en el fútbol profesional.

Tenía solo 15 años cuando le llegó el debut oficial y, con unas botas prestadas, jugaba sus primeros minutos en el campeonato. "Fernando Battiste me tuvo que dejar las zapatillas, porque los que yo tenía no servían para estos campos", señala. Cinco meses más tarde, ya con 16, marcaría su primer gol oficial. Fue decisivo, en la victoria de su equipo por 3-2. Hernández acabó ese primer curso con tres goles en 22 partidos, aunque prácticamente la mitad de ellos lo hizo como suplente, simplemente para ir ganando experiencia. "Al principio fue difícil. En este fútbol se corre mucho, se presiona bastante, yo casi no tenía experiencia", señala. 

Hay algunos jugadores que no entienden de adaptaciones, y el Cucho parece ser uno de ellos. Por eso, Cuando inició 2016, el colombiano pegó un golpe encima de la mesa y se hizo indiscutible en las alineaciones del Deportivo Pereira. Simplemente, no podía dejar de marcar. Disputó 33 de los 38 partidos del equipo en la temporada, todos ellos como titular, y marcó 20 goles, siendo galardonado como el máximo goleador de la categoría. Un niño jugando entre hombres que, por edad, bien podrían haber sido sus padres. Y aunque los rivales practicaban "un fútbol muy duro" y siempre le recibían con la pierna cual hacha de guerra, Hernández nunca se escondió. "Por eso, ser goleador en un torneo como este es todo un mérito"

El Deportivo Pereira logró acabar en primera posición (con diez puntos de ventaja) en la Liga Regular, pero no pudo lograr el objetivo del ascenso en el playoff. "Recuerdo ese día muy triste, todos desolados en el vestuario. Por un momento pensé en dejarlo y dedicarme a estudiar". Aunque este calentón fue solo fruto de la impotencia por no lograr el objetivo.

Hernández, ahora propiedad del Granada, ha sido cedido al América de Cali para disputar una Liga que ya lleva tres jornadas. Él, en el Sudamericano, aún no ha podido debutar con sus nuevos compañeros. 

El Cucho pasa por ser un jugador muy completo, versátil y con una gran visión de juego, pese a que su entorno natural está en el área. Conduce bien y regatea con solidez, además de ser muy veloz con pelota controlada, por eso es un peligro tanto cuando recibe dentro del propio área como cuando caracolea por la frontal en busca del balón. Posee un gran último pase, lo que le hace más peligroso si juega con un socio en la delantera, pues no solo marca, también asiste. 

El Cucho Hernández es ese chico que sueña con jugar en la Premier League, por ser el mejor torneo del mundo para él, pero que no esconde su admiración por el Real Madrid, donde ahora está James Rodríguez, ídolo cafetero por excelencia. Ese ese chico que lleva marcando goles desde la cuna, que acumula en su haber 17 trofeos oficiales como máximo goleador de distintos torneos. "Son demasiados" señala, y añade "no sé cuántas medallas tengo. Son muchas y ya perdí la cuenta". De seguir así, a buen seguro le llegarán muchas más.

Sudamericano Sub20: La Uruguay campeona, la Uruguay del futuro

Uruguay celebra el título logrado/ RODRIGO BUENDIA/AFP/Getty Images
Uruguay no ha tenido rival en el Sudamericano Sub20, celebrado en Ecuador entre enero y febrero. El grupo que dirige Fabián Coito ha sido siempre el más sólido y, siguiendo con los pronósticos establecidos, se ha proclamado campeón del torneo sin casi despeinarse. La celeste, de menos a más, ha sabido encontrar su sitio en una competición tan corta, ha sabido no cometer errores y ha estado siempre dispuesta para competir. Sólo la calidad individual de Argentina, a priori, podría haber puesto en entredicho el dominio charrúa en esta cita. Esas individualidades, esta vez, no han sido suficientes y Argentina ha sido la clara decepción de toda la competición. Un pequeño traspiés en la penúltima jornada ante Venezuela podría haber hecho temblar los cimientos de cualquier selección, pero Uruguay se repuso y se llevó el título en la última jornada ante Ecuador, que sería campeón si vencía.

Uruguay se presentaba con la nómina más competitiva de todas, con cuatro jugadores puntales por encima de todos, que suponían los cimientos y las claves de la superioridad de este equipo. En su plantel estaba Rodrigo Bentancur, el jugador con más experiencia profesional de todos los presentes. Con varias temporadas ya como volante en Boca Juniors, el charrúa ha sido el jugador que ha dado equilibrio al equipo. Si bien es cierto se esperaba más de él, su rendimiento ha sido regular, pero nunca ha llegado a la excelencia que se le presupone. Esa que ha hecho a la Juventus cerrar un acuerdo (cuyo contrato ya circula por Internet) millonario por él. Con todo, su sola presencia ya intimida y en general su rendimiento ha sido bueno y notable.

Nico de la Cruz / RODRIGO BUENDIA/AFP/Getty Images
A su lado se ha destapado Nicolás de la Cruz. Segundo capitán de la convocatoria, De la Cruz es el jugador nexo entre el ataque y la defensa. Es un canalizador de juego. Hermano por parte de padre del internacional absoluto Carlos Sánchez, De la Cruz tiene muchos detalles de su pariente. Mezcla músculo y calidad a partes iguales, es consistente, constante, regular. El jugador que siempre hace el trabajo del compañero más sencillo. El balón parado lleva su nombre.

En el vértice, Rodrigo Amaral. Posiblemente el jugador con más calidad individual de toda la plantillay casi de todo el torneo, con permiso de Tomás Conechny (Argentina). A Amaral le sobran unos 20 kilos de peso, pero su zurda suple esto con garantías. Ya disputó el torneo hace dos años y dejó pinceladas de lo que era. Vive un momento confuso en su carrera, siendo irregular con su equipo, Nacional, y mirado con lupa por ese agravado sobrepeso. De hecho, arrancó el torneo como suplente y se ha erigido como el principal candidato al título al Mejor Jugador del Torneo. Ha terminado como líder en la tabla de goleadores con 5 dianas, y eso que ese no es su fuerte. Con su corpulencia física y su potencia, de ponerse en forma (otra vez), podría llegar a ser un jugador imparable. Un torneo así es lo que necesitaba para recuperar la confianza y ahora le llega un punto de inflexión.

En la punta de lanza, Nicolás Schiappacasse. Cierra el rombo perfecto. Es el jugador capital de Uruguay. Todo el juego del equipo se fundamenta en los movimientos del ariete del Atlético. Schiappacasse juega como único delantero, se pelea con los dos defensas, a los que exige y libera de presión a sus compañeros que juegan más retrasados. Schiappa cae a banda, preferiblemente a la izquierda (donde jugó mucho con River Plate) para sacar de sitio a su marcaje, arrastrar la defensa rival y generar un espacio para la segunda línea charrúa. Ha logrado tres dianas y, aunque cara puerta podría haber sumado mejores cifras, el trabajo que hace y no se ve es el que permite a Uruguay ser siempre superior a su rival. Además, con los 18 años recién cumplidos, juega con chicos dos años mayores que él y esa diferencia de edad, que en estas categorías es notoria en aspectos de físico y oficio, apenas se notan.

Para ayudar a estos cuatro fantásticos Uruguay ha tenido escuderos de lujo. Por eso a Facundo Waller no le quedará mucho tiempo en su equipo, el Plaza Colonia. Waller ha sido el mejor actor secundario, líder absoluto en la categoría de asistencias. Con un pie extraordinario. Igual que él ha estado Benavidez, el trabajo hecho futbolista, o Santiago Bueno, central contundente que acaba de firmar el Barcelona. Menos hemos visto de Diego Rossi, teórico delantero titular que en los últimos meses se está quedando estancado y mucho han aportado revulsivos puntuales como Cannobio o Ardaiz, fundamentales en el último partido para dar el título a los charrúas.

Uruguay tiene un equipo muy versátil, con muchos recursos y capacidad para mutar en función del partido. Los tres jugadores del medio campo, además de Amaral, poseen calidad suficiente para dominar la posesión y llevar la iniciativa. No obstante, como mejor ha jugado el equipo es en el repliegue, junto atrás, y saliendo en contragolpes rápidos, buscando la velocidad de Schiappacasse y las llegadas de segunda línea, además del disparo lejano. 

Así, 36 años después, Uruguay gana el Sudamericano Sub20 y se alza con su octavo título, acercándose a los 11 de Brasil. Un torneo que no pudieron ganar ni Suárez, ni Cavani, ni Forlán, ni Godín, ni ninguna de las estrellas recientes del país. Y sí. Los chicos de Fabián Coito han arrasado.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Lyanco, el muro que divide a Serbia y Brasil



Una muralla de 1'88 metros se eleva estos días en Ecuador sobre el resto. Un central alto, contundente, imponente, que a sus recién cumplidos 20 años de edad está más desarrollado físicamente que el entorno que le rodea, que esos jugadores que comparten generación con él y que ni siquiera son capaces de aparentarlo. Infunde respeto y miedo. Mucho miedo.

Lyanco Vojnovic (febrero de 1997, Vitoria, Brasil) ha empezado el Sudamericano Sub20 como jugador del Sao Paulo. Eso sí, todo indica que podría acabar siendo propiedad de otro equipo antes de terminar el torneo, al que apenas le restan tres días. Y es que el conjunto brasileño, en serios aprietos económicos, está decidido a vender sus piezas cual subasta al mejor postor. Hace apenas unos meses sucedió con Alan Kardec y Ganso y la semana pasada con Neres. Este último, vendido al Ajax, no pudo ser traspasado por los 15 millones de euros que el club pretendía ingresar para saldar la deuda a la que deben enfrentarse de manera inmediata y por eso, el que más ponga por Lyanco, se lo acabará llevando.

De todas las ofertas recibidas, parece que la del Atlético de Madrid (6 millones de euros) es la más alta, superando los cinco que ponía la Juventus encima de la mesa, o eso asegura Fox Sport. Atleti y Juve, los dos equipos con quizás la mejor rotación y nómina de centrales en el panorama actual. Posiblemente los conjuntos que más basan su juego en una pareja de zagueros sólida que ponga los cimientos. Godín, Giménez, Savic, Lucas, Barzagli, Bonucci, Chiellini, Rugani... Nadie hace aguas. Dice mucho del central brasileño que sean ellos los dos equipos que más hayan pujado por él.

Lyanco, durante el Sudamericano Sub20 /
 RODRIGO BUENDIA / GETTY IMAGES
Lyanco es un zaguero contundente, con hechuras, con presencia. Su 1'88m de estatura ayuda mucho, pero no todo para saber imponer es el físico. El brasileño es de esos que a los 20 años parece haber jugado ya dos centenares de partidos como profesional pese a que la cifra real apenas llegue a los 30. Para los que un sólo entrenamiento convalida con meses de aprendizaje del resto. Decidido. Uno le ve jugar en el Sudamericano y se le viene a la cabeza la imagen de Piqué jugando en Canadá, a su misma edad, con España, justo después de hacer una temporada notable con el Zaragoza. Esos primeros pasos del que a la postre se convertiría en uno de los mejores centrales del mundo. El brasileño tiene cosas del jugador del Barcelona.

Su envío en largo con su pierna derecha es exquisito. Tiene el buen toque de los zagueros brasileños y su gusto por sumarse al ataque. Su único gol hasta la fecha, de hecho, es un coast to coast desde su defensa en el que acaba definiendo dentro del área rival. Por eso, en Brasil se atreven a compararle con Lucio y, aunque a sus 20 años aún se le ve muy alocado (o verde, en definitiva), sus subidas no son tan continuas como las de su homólogo. Sí se puede comprobar una muestra de su presencia para con el balón viendo la disposición de Brasil. La canarinha juega con Caio Henrique como pivote, pero si el balón llega antes a Lyanco, el del Atlético de Madrid se escora a la izquierda, sabedor de que el zaguero es capaz de poner un pase con precisión milimétrica o salir desde atrás como si del propio '5' del equipo se tratase,

Lyanco / MATTHEW ASHTON
Su temperamento es su principal némesis. Algo que tendrá que pulir con el correr de los partidos. Su físico particularmente desarollado le hace no medir con exactitud cuando se enfrenta a sus coetáneos, que no sus semejantes. Por eso, en las categorías inferiores, ya ha sido expulsado un par de veces en apenas una docena de partidos. Una suerte que no le penaliza con los mayores, donde apenas suma cuatro amarillas en 25 partidos.

Lyanco dio sus primeros pasos en la academia del Botafogo. Justo antes de cumplir los 18, en 2015, firmó por el Sao Paulo, pese a que Cruzeiro, Fluminense y Palmeiras se habían lanzado a por su fichaje. También el AC Milan, donde no pudo recalar por su todavía falta de pasaporte comunitario. Hoy sí lo posee, pues tiene nacionalidad serbia gracias a sus antepasados. Su abuelo, yugoslavo, huyó de los Balcanes con siete años en plena Segunda Guerra Mundial. Acabó en Brasil.

Por eso, Lyanco ha jugado con la selección Sub19 de Serbia y la Sub20 de Brasil y, pese a que ahora se encuentra con los sudamericanos, aún no ha decidido para quién jugar en la categoría absoluta. Tanto es así, que con 18 años rechazó una invitación formal de la Federación Brasileña de Fútbol para que fuera a una convocatoria con la absoluta, que quería atarle para el futuro y ha confirmado de su propia boca que jugar ahora con Brasil no le liga para nada a un futuro en la verdeamarelha.

De forma simultánea le llegó el debut con el primer equipo del Sao Paulo, donde a día de hoy es indiscutible. Forma pareja con Rodrigo Caio, otro central con buen toque de pelota. Lyanco, quizás por su físico, por su versatilidad, por su adaptabilidad y por ser siempre un notable, ha jugado en ocasiones extremas como lateral derecho. Incluso le han probado en entrenamientos en la otra banda. Aunque su naturaleza está en el eje de la zaga.

Lyanco es sin duda uno de los nombres propios del Sudamericano Sub20. Él, junto a Arana, Dodó, Caio y en ocasiones Vizeu, está manteniendo el tipo de una Brasil carente de talento y a la que por nombre se exige más. Aunque la realidad es que no hay más por donde exprimir. Con rasgos del este de Europa, ver a Lyanco es como ver, por apariencia física, a Nemanja Vidic enfundado en la camiseta de Brasil. Esa es la apariencia que da a primera vista. Es de esos jugadores que, sin verles jugar, ya entran por los ojos. De los especiales, de los que tienen un aura alrededor y de los que no es necesario ver tocar el balón para apuntar el nombre en la libreta.