jueves, 16 de julio de 2015

Predrag Rajkovic, un felino a ritmo de Rock and Roll

Rajkovic, ante Mali en el Mundial Sub20 / INSTAGRAM

En tiempos en los que tener un portero que gana partidos se antoja necesario, con Casillas haciendo las maletas dejando una vacante el el Bernabéu y con un baile de arqueros que podría hacer cambiar de equipo a los Lloris, Cillessen, De Gea, Oblak o un Leno cuya cláusula de 18 millones se antoja irrisoria, un nombre de los menos conocidos y de los que más sonará empieza a elevarse en el horizonte: Predrag Rajkovic. Actual Guante de Oro del Mundial Sub 20 celebrado en Nueva Zelanda, Rajkovic relegó al banquillo a otro chico prometedor como Milinkovic-Savic, perla de la cantera del Manchester United. 

Con sólo 17 años, el Estrella Roja de Belgrado lo fichó de la Jagodina por la ridícula cantidad de 140.000 euros sólo una semana antes de hacer su debut oficial con la selección absoluta de Serbia a las órdenes de Mihajlovic, en un amistoso ante Colombia. Aunque, sin querer meter prisa, el chico ha ido quemando etapas con las categorías inferiores, a las que ha capitaneado, hasta el éxito del mes pasado, un título, el primero de un combinado serbio (tras la Eurocopa Sub19 de 2013 donde también estuvo) que le catapultará a la plantilla de los mayores más pronto que tarde.

Rajkovic, con el Guante de Oro / FIFA
Rajkovic es un loco. Un loco de sangre fría que vive a ritmo de Rock n' Roll bajo los palos en cada partido. Y también fuera de ellos. Concentrado durante 91 minutos de los 90 de un partido, atento al mínimo movimiento del aleteo de una mosca. No duda nunca. Es decidido. No juguetea con el rival, al que no trata de poner nervioso. Sólo desea superarle para celebrarlo sacando la lengua, chocando con sus defensas, a los que suele abroncar cada vez que le disparan en posición cómoda.

Rajkovic es potente, posee una arrancada prodigiosa y una fuerza en las piernas para recortar unos primeros metros que roban ángulo a un delantero que de pronto deja de ver la portería para encontrarse con un cuerpo enorme en el que relucen dos guantes inmensos, que pasa de ver la gloria al infierno en décimas de segundo. Es prácticamente insuperable en el mano a mano y aprovecha cualquier mínimo error del rival para tomar él la delantera. Cuando un atacante encara a un portero, es quien porta el balón el que tiene siempre la iniciativa, el que tiene más opciones de conseguir su objetivo. Si enfrente está Rajkovic, sucede todo lo contrario. 

Rajkovic es un auténtico líder, merecedor de ese brazalete de capitán que porta en la Serbia de Paunovic, un hermano mayor que cuida de sus lazos de unión y que no permite que un balón de más traspase la línea de gol. Es un matón de su área y quien entra en ella sabe con quién tendrá que rendir cuentas. Rajkovic mataría con tal de evitar que alguien le marcase un tanto de más. Ordena, coloca y manda. Siempre bien situado, siempre en el momento exacto, un guardameta que además ha visto cómo crecía su fama de parapenaltis. La cara de niño bueno que torna en la de un asesino en serie en cuanto pisa el verde del campo.

A su corta edad ya acumula numerosos galardones individuales, tanto de mejor portero como de jugador más valioso. El PSG ha llamado a su puerta, pero no parece querer moverse de su país por el momento. Quema etapas a un ritmo vertiginoso y el gran salto no tardará en llegar. Mientras, se divierte como cualquier chico de su edad, jugando a la PlayStation y arrancándose con canciones y baladas entre risas. Hasta que se enfunda los guantes. Entonces sube el volumen, el del Rock and Roll que sólo suena en su cabeza y que retumba en los oídos de los rivales.

domingo, 12 de julio de 2015

Olivier Kemen, la pantera del Newcastle

La pisa, la protege, la esconde y la suelta. En ocasiones, la toca de primeras sin complicarse, devolviendo siempre la pelota suave como la seda. Juega con un aura de varios centímetros de superioridad siempre a su alrededor, haciendo su campo de visión inmenso, facilitando así una buena salida de balón en el sentido correcto. Nadie le mete la pierna, y si lo hace, ya es demasiado tarde. Se dispone sobre el verde con una jerarquía impropia para un chico de 19 años y su toque de pelota no es nada usual en los jugadores de origen africano.

Olivier Kemen (julio de 1996) nació en Camerún, pero pronto dio el salto a Europa en una de las incontables colonias africanas asentadas en Francia y rápido supo que lo suyo iba a ser el balón. El diferente siempre en el patio del colegio, su potente carrocería innata le hizo quemar etapas a un ritmo acelerado hasta que en Inglaterra se fijaron en él. Tenía 16 años y jugaba para el Metz, pero la Premier League llamó a su puerta y rápido hizo las maletas para volar a la fría y oscura ciudad de Newcastle. La presentación no fue gran cosa, se le hicieron unas fotos con la camiseta visitante y se cerró el capítulo de fichajes. Curiosamente, su nombre fue recordado con más énfasis porque fue la única incorporación de un equipo necesitado de jugadores para afrontar la temporada.

Rápido se mudó a vivir con Ben Arfa primero y con Abeid después y se acomodó en el equipo como si estuviera en casa. No obstante la docena de jugadores franceses que ha tenido el club en cada una de las últimas dos temporadas se antojaban como un entorno acogedor, con las zonas comunes llenas de banderas de la drapeau tricolore incluidas. 

Allí ha quemado etapas en un equipo con una de las canteras más potentes del país a la par que ha defendido los colores de las selecciones inferiores de Francia, a las que lidera en cada evento. Se hace un nombre hoy con la Sub19 a la que capitanea en el Europeo de Grecia que se está jugando con una jerarquía que le hace ir dos pasos por delante que cualquier otro jugador del torneo. Es la báscula del equipo, pero también el timón y el periscopio. No pudo acompañar en la primera victoria a los suyos pues arrastraba un partido de sanción de un torneo anterior pero en el segundo ya se vistió de corto y al Gallo ya le cambió el gesto.

Kemen reúne pase en largo y en corto. No suele complicarse y le gusta mucho el primer toque, aunque a veces utiliza su superioridad física y su buen juego de pies para una salida más limpia todavía de la pelota. Su punto fuerte es el equilibrio que da cuando está en el campo, es el compañero ideal con el que jugar al lado, un auténtico baluarte. Nunca pierde la posición y es un muro difícil de sobrepasar. No es un goleador, pues no es un llegador de segunda línea, pero sí suele acertar cada vez que filtra un pase difícil entre líneas. Verle jugar es hacer un máster acelerado en coberturas y sólo la nula confianza de los entrenadores en los chicos de la cantera le han privado debutar ya en la Premier, aunque a sus 18 años ya ha repetido en media docena de veces en el banquillo de suplentes sin que llegase su momento. Tiene en casa el espejo en el que mirarse: Tioté, a cuyo juego se parece mucho en lo defensivo, aunque Kemen tiene más condiciones a la hora de tener el balón en los pies.

El Newcastle confió en él, lo trajo al fútbol de primer nivel y ahora, sin siquiera debutar, es posible que lo deje marchar. Desde Inglaterra aseguran que cuando vuelva del torneo, donde Francia es favorita y el opta a los premios individuales, ya no vestirá más los colores negro y blanco del Newcastle, pues el Tottenham y sobre todo el Liverpool tienen las negociaciones muy avanzadas para su contratación. Él, de momento, luce el brazalete de capitán de Les Bleus y sueña con tener la oportunidad en la máxima división del fútbol inglés. Condiciones le sobran para adaptarse en cuanto alguien esté dispuesto a confiar en él.

Olivier Kemen, con el Newcastle Sub21 / GETTY IMAGES

lunes, 6 de julio de 2015

Arda Turan: la calma antes de la tempestad

Hace unas horas que Arda Turan ha tapado sus rayas blancas con pintura azul. Esas franjas por las que tanto sudó, que hizo tan grandes y que fueron el orgullo de todos aquellos que una vez pisaron el Calderón, encendieron la televisión, se engancharon a las últimas aplicaciones futboleras e incluso, los más románticos, conectaron sus viejos transistores para respirar un fútbol añejo. 

Se va Arda, sí, pero la vida sigue. Pasan los años y pasan los jugadores. Lo hizo Torres, que antes o después tendrá que volver a pasar por lo mismo; sucedió con Agüero y en su día hasta Simeone en dos ocasiones. Pero permanece una huella imborrable que trastoca el alma de aquellos que alguna vez se enfundaron la zamarra rojiblanca con el 10 (o el 11) del ídolo turco al dorso, para los que se dejaron barbas molonas a la par que se raparon la cabeza y para los que en alguna ocasión dibujaron un corazón con sus dedos a la altura de ese escudo que tanto parecía amar y que hoy ha dejado tan arrugado como pisoteado. Se ha roto ese corazón y con ello una serie de fieles que seguían al jugador ya del Barcelona como si de un profeta se tratase. El Ardaturanismo, una religión.

Un jugador de dibujos animados, distinto al resto. Rehuye de la fama y no malgasta el dinero en restaurantes caros si puede ir a cenar a un kebap céntrico de la capital. Algo que ya difícilmente podrá volver a hacer. Le miraron raro cuando aterrizó en Madrid, porque venía a un gigante dormido que estaba a años luz de dos titanes y rápido decía que su objetivo era ganar la Liga y la Champions con el Atlético. Dichoso minuto 93. Fue tribunero desde el primer día y también se marchará siéndolo. Arda ama Galatasaray, su equipo de toda la vida, y ha cogido cariño al Atlético, el equipo que le ha hecho grande, pero nunca entenderá en qué consiste esto.

Cierto es que nunca escondió, ni antes ni durante, su deseo de recalar en la Premier (sobre todo en el Liverpool) ni su sueño de jugar para el Barcelona de Guardiola. Lo hará con Luis Enrique, que tratará de igualar los títulos de Pep en un paralelismo que debería asustar a los rivales. Sin Arda, el Atlético ya lo es menos, por mucho que se fiche. El Ardaturanismo no se muda, más bien desaparece. Es una conjunción del jugador turco con una grada de fieles rojiblancos que se extinguirá con el paso del tiempo y será un jugador difícilmente sustituible por Simeone.

Mucho más vistoso y decisivo que lo que los números dicen, él está mucho antes de todo eso. Arda es la pausa cuando todo está revuelto, pero es que cuando todo está apagado sólo él puede encender la mecha. Un funambulista del balón que no dudaba en bajarse al barro a la hora de ensuciarse por el equipo. Aquel al que darle la pelota cuando a los demás le quemaba en los pies. Arda es clases de ballet con la pelota a ritmo de tango argentino, es el eslalon precioso y preciso para escaparse de dos rivales, la sonrisa eterna de la banda, fuera cual fuera, que los de enfrente no querían ver enfadar. 

Arda Turan es la conquista del Bernabéu en varias ocasiones, la toma del Camp Nou en otras tantas, el asalto a Stamford Bridge o la genialidad de Do Dragao. Pero también es la figura del hombre, hecho y derecho, llorando como un niño en brazos de su 'papá' Simeone. Es la sangre fría entre tanta explosividad. Y todo lo que es, lo ha hecho pedazos en sólo unos días. Podía haberse ido como un ídolo para todos, recordado con honores por su Liga, su Copa, sus Supercopas o su Europa League, incluso por ese subcampeonato de Europa. Pero ha transformado todo ese amor, porque era amor, en una mancha difícil de descifrar y explicar. Unos lo llaman odio, otros rencor. Otros quieren ocultar que ahí está...Pero ahí está. Es la suma de todas sus hazañas, de todos sus momentos, que ha quedado en una sombra indescriptible y que curará, o no, con el tiempo. Pero ya nunca será lo mismo. 

Arda, en Stamford Bridge / GLYN KIRK

domingo, 5 de julio de 2015

Rossi, la batalla imposible de Márquez

Siempre fue todo muy bonito hasta que dejó de serlo. Hasta que un Rossi cercano a los cuarenta sacó su espíritu adolescente tras muchos años de amargura para enseñarle a quien quiere su corona que aún tiene mucha cuerda. La lucha de los dos mayores egos de la parrilla tenía que llegar un día u otro, una batalla nueva para Marc Márquez, que hasta entonces se ha topado con los, por momentos, frágiles Bradl, Espargaró, Pedrosa o Lorenzo. Un mundo nuevo es Valentino Rossi para el catalán.

Rossi gana ante Biaggi / MOTOGP
Y es que Rossi, curtido en mil y una batallas, es un maestro de destrozar las carreras deportivas de los rivales que osan ponerse a su altura. Lo hizo con un Max Biaggi que acabó desesperado golpeando a su Honda HRC, la mejor moto de la era, y fue desterrado a SBK tras un año sabático. Quizás fue el romano, seis veces campeón del mundo, el piloto con más talento de la historia, o al menos uno de ellos. Capaz de subirse por primera vez a una moto con 18 años y competir a los pocos meses en el Mundial como si llevara haciéndolo desde los 3, como acostumbran todos sus rivales de la parrilla. 

Rossi, más de 100 victorias, 9 campeonatos y una cantidad de podios que la mayoría sólo logran soñar con alcanzar, no sólo busca la victoria, sino que destroza a quien pone el listón a su misma altura. Es una apisonadora que tritura el ego de sus rivales, sus aspiraciones deportivas y hasta su vida personal. Rossi, aquel que tenía en su juventud pósters de Biaggi pegados en su pared y acabó a puñetazo limpio con él en Montmeló 2001 poco antes de subir al podio.

Stoner-Rossi / MOTOGP
También sufrió entonces Sete Gibernau las artes, buenas o malas, del número 46. Un Valentino superior en casi cada carrera que se dejaba adelantar por el español para, en las últimas curvas, dejarle con la miel en los labios. Para dejarle claro que era un quiero y no puedo a gran escala. No lo hizo ni una ni dos veces. 

Ahora la guerra es con Marc. Todo alabanzas cuando su rivalidad en la pista no era un objetivo real, la relación entre los dos ha cambiado. Márquez le ha dejado de ver como un ídolo o un ejemplo ahora que se ha convertido en su máximo rival. Si bien no por el campeonato, cosa que parece se decidirá en el box de Yamaha, sí por ver quién manda en la parrilla, quién tiene el ego más grande. Muchos han sido los que han intentado empezar la misma batalla con Valentino. Muy pocos los que de verdad podían siquiera igualarse con él. Y sólo uno, hasta la fecha, el que ha sido capaz de doblegar al 46: Casey Stoner.

El canguro más rápido del mundo, el 27, el único piloto capaz de domesticar una Ducati, la misma con la que fracasó Valentino. Dos títulos en 6 años y no más porque una intolerancia a la lactosa no se lo permitió. Casey fue el único que se dedicó a trabajar, fue a los problemas, los analizó y los solventó para machacar al de Yamaha. No entró en la batalla del 'y tú más' en la que sí está entrando Marc, la misma con la que tropezaron los Biaggi, Sete o Lorenzo en su día. El 93 no es consecuente con sus declaraciones, no mira al pasado y no se fija en el presente, sólo trata de vencer la batalla de quién la tiene más larga. Comete los errores de quienes ya fracasaron. Es su tercer año en la categoría y la primera vez que se mide a alguien con su misma ansia. Con la diferencia de que ese alguien tiene nombre y apellido: Valentino Rossi, quizás el inventor de lo que hoy trata de hacer Marc. 

Rossi y Márquez, 2015 / MOTOGP